Para desviar la atención de su estrepitoso fracaso después de 100 días de cuarentena, el presidente Martín Vizcarra arremetió contra las clínicas privadas y amenazó con expropiarlas. Una repetición de su política de agredir al Congreso hasta disolverlo, lo que le dio una altísima popularidad y ha conducido al país a una situación mucho peor que la precedente.
En este caso, era obvio que no pretendía cumplir con su amenaza de expropiar las clínicas. Era un bluf para que sucediera lo que previsiblemente ocurrió, un acuerdo que le permitirá presentarse como defensor de los pobres. Otra vez obtuvo lo que quería, por lo menos durante algunos días: todos discutiendo sobre las clínicas privadas, muchos respaldándolo, y pocos fijándose –por el momento– en el desastre en el que ha hundido al Perú debido a su inepta gestión de la crisis del coronavirus.
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Todas las encuestas publicadas en la última semana muestran una caída en la aprobación de Vizcarra y en la de su Gobierno, y una importante desaprobación a los ministros más involucrados en la crisis actual. Y ahora, la corriente de opinión favorable de casi todos los que analizaban su desempeño al principio de la pandemia se ha vuelto en contra. No es para menos, porque las evidencias no dejan resquicio a ninguna duda.
A estas alturas, el Perú registra un exceso de casi 30.000 fallecidos –la diferencia entre los muertos del año pasado y los de este año (según estadísticas del “Financial Times”)–, el virus se ha expandido incontrolablemente y la economía peruana es la de peor desempeño en el mundo con una caída, según los más optimistas, del 14% este año, como consecuencia de la absurdamente rígida y extensa cuarentena que impuso el Gobierno al país.
Para modificar la situación, Vizcarra no hizo lo que había que hacer –cambiar de política y de ministros– sino que ha recurrido nuevamente a la argucia que tan buenos resultados le ha dado a sus intereses y tan malas consecuencias le ha traído al país –como el nuevo Congreso que alumbró–, esta vez atacando a las detestadas y muy costosas clínicas privadas.
Como bien precisó un editorial de El Comercio, la única salud que le preocupa al presidente parece ser la de su popularidad. Y luego precisa, acertadamente, lo que motivó el exabrupto: “Pero dar la sensación de que se está sacando la cara por los pobres y haciendo retroceder a los codiciosos dueños de los centros de salud privados viene bien... Sobre todo cuando comienza a hacerse evidente que el esfuerzo por luchar contra el COVID-19 llevado a cabo desde el Gobierno ha sido defectuoso, tardío en muchos de sus aspectos y a la larga no ha conseguido sus propósitos, causando en el camino mayores estragos a la economía que los que tendría que haber ocasionado. Llegados a este punto, parece evidente que la única curva que realmente le preocupa al jefe de Estado es la de su aprobación en las encuestas. Y si en el camino tiene que amenazar, crear la ilusión de falsas soluciones y golpear más la economía del país –porque esa va a ser la consecuencia inexorable de este acto contra la estabilidad jurídica: dañar la percepción del Perú en inversionistas y organismos internacionales– que así sea. Menudo estadista” (25/6/20).
Otrosí digo. El COVID-19 parece hacerse menos letal. “Fue como un tigre agresivo en marzo y abril, pero ahora es como un gato salvaje”, dice el profesor Matteo Bassetti a “The Sunday Telegraph”. Bassetti, jefe de enfermedades infecciosas del Hospital General de San Martino en Génova, expresó: “Incluso los pacientes de edad avanzada, de 80 ó 90 años, ahora están sentados en la cama y respiran sin ayuda. Los mismos pacientes habrían muerto antes en dos o tres días”.
En los hospitales israelíes, hay algunas explicaciones similares. “La enfermedad está perdiendo su virulencia por mutación”, explicó David Greenberg, jefe de pediatría y la unidad de enfermedades infecciosas pediátricas en el Centro Médico de la Universidad de Soroka en Beersheba. (“¿Covid más amable? Laboratorio israelí investiga si el virus mutante se vuelve menos cruel”, “The Times of Israel”, 25/6/20). Otros científicos no aceptan estos puntos de vista, por lo menos hasta que exista más evidencia. Pero ojalá que tengan razón, porque eso podría aliviar en el Perú los efectos de la pandemia, dado que poco se puede esperar de un Gobierno incompetente y testarudo, que no reconoce errores y no los rectifica.