Una gran diferencia peruana con algunos países de la región es que aquí nuestras mayorías son dueñas de su destino. Veamos.
Tanto el Perú como Chile y Argentina tienen hoy grandes clases medias, pero con grandes diferencias en su ingreso per cápita y también en su origen. La clase media argentina, como la chilena, se formó con el empleo generado en empresas medianas y grandes, mineras, agrícolas e industriales. La peruana más bien creció sola, pues al migrar a las ciudades y no encontrar empleo, las mayorías debieron usar su exiguo capital para generar emprendimientos de supervivencia. En estricto sentido, el desarrollo peruano se dio por un capitalismo popular.
Ahora, si Chile creció en el orden obligado de la era de Pinochet, aquí nació en el desorden de un Estado sin capacidad de controlar ni apoyar a la población. Por ello la informalidad peruana, la mayor de la región, es el liberalismo en su expresión máxima. Nadie es más liberal que el dueño del quiosco que evita el control del Estado, y no le paga impuestos porque recibe muy poco a cambio. Aquí no se reclamaría por subsidios como el de la gasolina en Ecuador, simplemente porque no hay subsidios.
Adicionalmente, con el desorden del siglo pasado el 76% de los peruanos se hizo propietario de su vivienda, frente al 60% de chilenos y argentinos. Es cierto que para ello se invadió propiedad estatal y se construyó en un desierto sin servicios, pero eran viviendas propias, que dan seguridad económica y afectiva.
Y si los argentinos tienen cuatro generaciones de clase media y los chilenos dos, en el Perú nuestros jóvenes son los primeros en una situación de cierto bienestar general. Mientras ellos han visto el crecimiento debido al esfuerzo de sus padres, los jóvenes de los países del sur nacieron en hogares con más comodidades y exigen más, porque no han visto que hay peor.
¿Significa eso que no podrá ocurrir aquí un estallido social? Podría haberlo, pues las carencias, anemia, educación, servicios básicos, son muy grandes y siempre hay peligro de un populista que quiera perpetuarse, como en Bolivia. Pero no se daría por las mismas frustraciones de nuestros vecinos, porque, paradójicamente, nuestra precariedad de microempresas, informalidad y deficiente Estado nos protegen de ellas. Así, la prevención de nuestros problemas no pasaría por más subsidios, menos horas de trabajo o mejor jubilación como en los vecinos, sino por apoyar a los pequeños propietarios y ordenar el desorden estatal que nos impide crecer bien. Pasa por hacer que nuestras cabezas de ratón, al igual que en países como Suiza o Alemania, se conviertan en la punta de lanza para el desarrollo, y la estabilidad del país.
Que tengan una gran semana.