Si hay alguien que en medio de la corruptela del Perú contemporáneo haya venido a significar una suerte de maestro del cinismo y la ruindad, ese alguien es Alan García Pérez. Tampoco se trata de echarle toda la culpa a García, aunque se tenga que admitir que entre él y el siguiente del ránking de los corruptos, que podría ser Alberto Fujimori o Vladimiro Montesinos, reina una considerable distancia.
No creo que en este momento sea posible evaluar, con algún grado de precisión, el daño que García le ha hecho al Perú. Lo más fácil sería calcular la ingente cantidad de dinero que dilapidó en sus dos gobiernos. Pero aun más importante que los continuos desfalcos al Tesoro Público en las modalidades de pagar sobreprecios a cambio de recibir coimas, o contratar personal innecesario con el fin de lograr lealtades incondicionales, lo peor que nos deja García es haberse convertido en un modelo exitoso de sinvergüenza, en un ejemplo inspirador para miles –si no millones– de peruanos. No creo que en toda la historia del Perú republicano exista un presidente que lo supere en términos de daños causados al país.
Hay muchas circunstancias y factores que explican sus triunfos en política, pero si habría que escoger alguno de ellos me inclinaría por su capacidad de seducción que puede resultar irresistible para muchos, demasiados peruanos. Es así que, pese al caos y la involución que resultó de su primer gobierno entre 1985 y 1990, dieciséis años después volvía a la presidencia prometiendo mejoras para las mayorías gracias al aumento de las remuneraciones, la creación de empleo y el aumento de la inversión pública en educación, salud e infraestructura. Estos ofrecimientos eran lo suficientemente vagos y genéricos como para significar un compromiso realmente vinculante con el electorado. Además, ya con el triunfo del neoliberalismo como principio de la política económica, lo que se esperaba ya no era una redención o cambio radical sino la preservación de un orden que alentara la continuidad de la inversión.
¿Cómo pudo un presidente que había dejado en ruinas al país adquirir nuevamente la confianza ciudadana? ¿Ingenuidad de la población? ¿Resistencias a la figura de Hugo Chávez que en el espectro peruano estaba encarnada por Ollanta Humala? El hecho es que en la primera vuelta del 2006, AGP logró pasar a la segunda votación, venciendo a Lourdes Flores Nano, y entrando a la competencia final con Humala, a quien derrotaría, aunque estrechamente, en la segunda vuelta con el 52% de los votos. Entonces lo que se debe explicar es el triunfo estrecho de AGP sobre LFN, el primero con 24,3% y la segunda con 23,8% de los votos totales. Situación que resulta más desafiante de entender si se toma en cuenta, además, que a fines de los 90 el Apra había casi desaparecido del escenario político peruano. Es solo con la vuelta de AGP, posible gracias a la prescripción de sus delitos, que logró incrementar sustancialmente su votación hasta convertirse nuevamente en presidente del Perú.
El potente (aunque ya muy desgastado) carisma de AGP se explica, en primer lugar, por su oratoria persuasiva, capaz de llegar a públicos muy variados, pues dice, con gran seguridad, sin asomo de duda, aquello que la gente quiere oír, reclamándose con éxito como el candidato más cercano a todos los ciudadanos de la dividida población peruana. Valiéndose mucho de una capacidad performativa que hace que la gente lo valore como alguien próximo, más confiable que los sectores conservadores encabezados por LFN y que los inconformes de OH dispuestos a experimentar con un modelo que había traído éxito económico. Pero también otra razón de su éxito es la ingenuidad y la falta de aprendizaje de una ciudadanía que olvida el pasado inmediato en nombre de ilusiones que se revelan sin fundamento.
Pero lo ocurrido en las elecciones del 2016 hace vislumbrar entre nosotros aprendizajes que para muchos han resultado inesperados. Me refiero al hartazgo con la corrupción como modo de gobernabilidad y al anhelo de contar con políticos honrados que puedan ser mucho más eficaces, aun con menos recursos. García es un personaje emblemático, el propagador de una tradición criolla desbocada que amenaza con devorar al país con la mentira, el desorden y el conflicto permanente. Su caída representaría un evento auspicioso para el Perú.