Fernando  Bravo Alarcón

La era del“ya fue”. La de la ebullición global ha llegado. Más o menos de esa forma se puede resumir el mensaje del secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, que en una reciente alocución resondró a los países miembros del organismo por causa del inexorable avance de las temperaturas a escala mundial y las febles acciones emprendidas para contenerlo.

Es posible que algunos tilden de alarmista al alto funcionario. O que le pidan literalmente ponerse paños fríos dado que, en su posición, estaría llamado a guardar moderación. Pero, con emoción o sin ella, Guterres se respaldó en el calor abrasador registrado en el mes de julio, que ha sido calificado por la Organización Meteorológica Mundial como el más cálido jamás registrado por la humanidad. No es la primera vez que Guterres hace un llamado a la acción radical y urgente, pero tampoco será la última si las cosas siguen ‘business as usual’.

Sin necesidad de hacer mucha ciencia, es lógico que, habiéndose registrado desde la “Gran Aceleración” un aumento gradual de la temperatura global, todo lo que se calienta progresivamente tenga que llegar a un punto de ebullición. Esto se asemeja a la metáfora de la rana hervida: dado que el incremento de la temperatura es gradual y no súbito, la confiada rana no se preocupará y creerá que su cuerpo resistirá al cambio, pero finalmente morirá hervida, casi sin darse cuenta.

Aunque el campanazo lo han dado las recientes olas de calor registradas en Europa, Norteamérica y partes de Asia y África, hay otras manifestaciones que son de especial preocupación para el : el (FEN) en ciernes, los desastres que su presencia detonará (lo que incluye el rebrote del dengue), los incendios forestales cada vez más frecuentes o la tan denunciada como impune deforestación de nuestra Amazonía.

Como ocurre en otros ámbitos problemáticos, la arquitectura institucional encargada de enfrentar estos riesgos no se encuentra en tan buena forma. La extinta Autoridad para la Reconstrucción con Cambios, sacudida por denuncias de malos manejos y dudosas concepciones de diseño, acaba de ser absorbida por la Autoridad Nacional de Infraestructura, a pocos meses de iniciarse el próximo FEN. Las entidades de salud no han sido muy eficaces para resolver oportunamente el brote de dengue y pronto ingresará al país la variante del COVID-19 denominada Eris. La posible proliferación de incendios forestales, minimizados porque ocurren lejos y no se sienten, podría desbordar la capacidad de los gobiernos regionales. En cuanto a la pérdida de bosques, un estudio de la Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada indica que el Perú perdería 857.000 hectáreas entre el 2021 y el 2025, equivalente al doble de la superficie de la región Tumbes, sin que autoridad ambiental alguna pueda evitarlo.

Aunque la recientemente acuñada idea de ebullición global sea más una metáfora que una categoría científica, todo indica que se trata de un intento firme, por no decir desesperado, para que las declaraciones y compromisos climáticos se cumplan seriamente, a partir de un angustiante e inédito contexto de inclementes olas de calor. Siguiendo con la metáfora, no olvidemos que, tras la ebullición, viene la evaporación, donde ya no hay punto de retorno. No hay civilización ni sociedad que lo pueda resistir.




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Fernando Bravo Alarcón es sociólogo de la PUCP