Pocas veces me entretiene y divierte tanto un texto político como “El octavo ensayo” que acaba de publicar Aldo Mariátegui, a quien considero auténtico camarada, en el sentido más prístino del término, del valiente, caballeroso y leal ‘tovarich’ del viejo imperio ruso.
Comienzo por el autor, porque conozco a Aldo de hace mucho. Soy testigo de sus pinitos en el periodismo, pues compartimos tareas en este Diario cuando él era editor de la sección de Economía. Entonces tuvimos largas conversaciones, habitualmente centradas en el análisis de una realidad nacional que él se ha esforzado en escudriñar, entender y criticar con la misma profundidad y calidad de su mítico abuelo.
Por supuesto, y en buena hora, el enfoque de Aldo diverge del que expuso José Carlos a inicios del siglo XX; aunque, como bien dice él, si el ancestro viviera y revisara todo el desastre causado por la izquierda, sin duda se volvería liberal y de derecha.
El joven Mariátegui no es ningún improvisado. Aparte de su prodigiosa memoria –alguna vez competimos bohemiamente recordando poesía inglesa–, tiene sólida formación académica (en mucho autodidacta como su ancestro) y, cómo no, su sensibilidad por el Perú y por quienes padecen la miseria de los malos gobiernos es evidente más allá de su máscara de sarcasmo e ironía.
Esto nos lleva, justamente, a anotar una cuestión crucial: Aldo es, proporcional y contemporáneamente, parecido a ese Manuel González Prada a quien critica, pero admira a tenor de lo que señala en el primer capítulo de su libro bajo el epígrafe de “La aurora roja”. ¿Por qué? Pues es evidente que al igual que el viejo “francotirador individualista”, Mariátegui no está dispuesto a pasar por “el pacto infame y tácito de hablar a media voz”.
De allí que no tiene temor al usar “frases de estilete” para espanto de una izquierda anacrónica y de unos burgueses que prefieren honrar formalmente las huachaferías virreinales, en vez de optar por los debates francos, sinceros y precisos.
En cuanto a la propuesta de análisis y comentario de “El octavo ensayo”, suscribo todos y cada uno de los cuatro capítulos en que se desnuda el izquierdismo marxistoide que tanto daño le ha hecho al Perú: desde el oportunismo interpretativo de los “7 ensayos de interpretación de la realidad peruana”, hasta el desastre socialconfuso de Susana Villarán, pasando por la desgracia socializante del velasquismo, el genocidio de Sendero Luminoso y el MRTA, y la farsa nacionalista.
Suscribo también el acto revolucionario mariateguista de no amilanarse por la extorsión de esa maquinaria intelectualoide según la cual quien quiera que no se declare de izquierda en el Perú es ‘reaccionario’ o miembro de una imaginaria “derecha bruta y achorada” (DBA).
Celebro, finalmente, que el camarada Aldo tenga el coraje de enfrentarse a pecho descubierto a cuantos se esconden en poses seudohumanistas y seudoecologistas para lucrar con una larga lista de frentes, protopartidos, movimientos y ONG que estafan al pueblo con cuestiones esenciales como la defensa de los derechos humanos.
Ojalá entonces que Aldo, Alditus o el demonio para los caviares siga produciendo mil y un textos de exorcismo político, que tanta falta hacen en el Perú.