Hay poca duda de que la humanidad ha contribuido al calentamiento global, tema que se discute en Lima en estos días en la conferencia de las Naciones Unidas. No hay consenso, sin embargo, acerca de la confiabilidad de las proyecciones de la ONU sobre el calentamiento global y sus efectos, ni sobre qué hacer al respecto.
En los últimos 25 años, por ejemplo, el 95% de los modelos de cambio climático que ha reportado la ONU –sobre los cuales los gobiernos basan sus decisiones–ha sobreestimado notablemente el fenómeno. Es más, desde los años noventa, el ritmo de calentamiento global se ha desacelerado considerablemente, algo que contraría a las proyecciones del 90% de los modelos.
La humanidad en la era del calentamiento global tampoco se ha visto perjudicada. Al contrario, prácticamente todos los indicadores de bienestar humano han mejorado en las últimas tres o cuatro décadas, y especialmente en los países en desarrollo. El experto Indur Goklany documenta mejoras formidables en esas áreas de bienestar sensibles al clima: la productividad agrícola, el hambre, la salud, la pobreza mundial, acceso a agua potable, y muertes debido a episodios de clima extremo.
Ese progreso ha sido inédito y se debe al crecimiento económico y avances tecnológicos, que a su vez facilitan la capacidad de adaptarse al ambiente cambiante. Desde 1900 a 1970, por ejemplo, las muertes en Estados Unidos debido a enfermedades vinculadas al agua, como disentería y malaria, disminuyeron entre 99% y 100%. Tales ejemplos se repiten alrededor del mundo. Este, a su vez, se está volviendo más verde. Hay mucho más bosques en Europa hoy que hace 100 años. El crecimiento, la tecnología y los mercados globales han hecho más productiva y eficiente la agricultura, por lo que se cultiva mucho más usando menos tierra.
Tal progreso humano no hubiera sido posible sin el uso de combustibles fósiles en el comercio, las computadores, la medicina, los plásticos, el transporte, las telecomunicaciones y un sinfín de cosas que han beneficiado al mundo.
¿Pero, será que estamos llegando al punto en que el calentamiento global causa tanto daño que revierte las tendencias positivas y nos expone a sufrir una serie de males graves a los que los países en desarrollo están especialmente expuestos? ¿No será prudente demandar la reducción global del uso de hidrocarburos y evitar dichos resultados?
No hay razones para pensar así. Tal como explica Goklany y un creciente número de expertos, el crecimiento económico y la adaptación al cambio en el clima, como ha venido ocurriendo, sigue siendo preferible. En la medida que los países se vuelven mas prósperos y gozan de tecnologías superiores, pueden enfrentar mejor la adversidad, ya sea causada por el calentamiento o no. Y, bajo las proyecciones más extremas de la ONU, y tomando en cuenta sus costos, los países en desarrollo serán en el 2100 alrededor de dos veces más ricos que los EE.UU. de hoy. ¿Tiene sentido imponer costos a las personas relativamente pobres de hoy para beneficiar a generaciones ricas del futuro?
Reducir forzosamente el uso de hidrocarburos solo disminuiría la incidencia de la malaria y otros problemas asociados al cambio climático en un pequeño porcentaje. Pero el costo sería enorme y la desaceleración económica afectaría a todo, incluso a la capacidad de enfrentar un sinnúmero de problemas del subdesarrollo que no son relacionados al calentamiento y que son prioridades. El crecimiento económico, en cambio, permite tratar los problemas directamente a un costo infinitamente menor y de manera más equitativa.
Esto es lo que ha venido ocurriendo en el Perú. El Índice de Adaptación Global de la Universidad de Notre Dame clasificó al Perú de los años noventa como altamente vulnerable al calentamiento global, pero ahora el país es de una vulnerabilidad relativamente baja. No hay que cometer la irresponsabilidad de seguir las recomendaciones de la ONU.