El mundo tiene por delante desafíos únicos en su historia, pero está más polarizado y enervado que nunca. Superada la actual pandemia tocará resolver la crisis económica derivada de ella y enfrentar una ola de trastornos mentales, como depresión y estrés postraumático, que ya se empieza a vislumbrar.
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Pero hay otro enemigo poderoso que, mientras estamos enfrascados en infames pugnas de poder, va ganando fuerza: el cambio climático. Si algún tema merece atención urgente y un abordaje multidisciplinario con perspectiva de largo plazo es ese.
La respuesta mundial a la amenaza del coronavirus y los avances logrados deben ser ejemplo de cómo deberían actuar los gobiernos, la ciencia, la empresa privada, los organismos internacionales y la sociedad civil para combatir este problema.
Las consecuencias del cambio climático son ya cosa del presente. Los incendios de California y Oregón, en EE.UU., son uno de tantos llamados de atención sobre el calentamiento global. El futuro, de seguir como estamos, pinta muy sombrío –más que nuestra penosa política local–.
La semana pasada, la Organización Meteorológica Mundial presentó el informe “United in Science 2020”, una compilación de los principales efectos y causas del cambio climático a partir de nuevos datos recabados en el último año. Alertó que las emisiones de efecto invernadero se encaminan a niveles previos al COVID-19.
La ONG medioambiental WWF también publicó su “Índice Planeta Vivo 2020”. Concluyó que la fauna salvaje en todo el mundo ha disminuido en un 68% desde 1970. A la cabeza del ránking está América Latina, con una caída media de las poblaciones de vertebrados evaluadas del 94%. “Una de cada cinco especies está en peligro de extinción debido exclusivamente al cambio climático”, advierte el documento.
Estudios recientes han encontrado relación entre la pérdida de biodiversidad y el aumento en la transmisión de enfermedades. Uno de la Universidad de Brown, por ejemplo, estimó que, entre los años 1980 y 2010, el número de brotes epidémicos de enfermedades infecciosas se multiplicó por tres.
En un evento reciente organizado por Videnza Consultores –y que hemos colgado en nuestra página web–, el economista chileno Camilo Navarro abordó los desafíos de la economía del desarrollo sostenible y del cambio climático. Precisó que la temperatura del planeta no debería aumentar más de 1,5 grados. Pero que, si mantenemos la inercia, lo haría en 4,1 grados. El mundo como lo conocemos cambiaría.
Para ilustrarlo compartió proyecciones de la CEPAL. El organismo advierte que, incluso si nos mantenemos por debajo de los 1,5 grados, el PBI mundial se reduciría en 0,6%. Pero que, de incrementarse la temperatura en más de 4 grados, el decrecimiento del PBI mundial sería de 6,4%. Esto por el impacto de las altas temperaturas en la productividad mundial.
En el caso del Perú, las proyecciones estiman que, para el año 2030, el PBI retrocedería 2,5% solo por efecto del calentamiento global. Y que para el 2050 la caída sería de 10,7%.
Si bien revertir esta tendencia es fundamentalmente responsabilidad de los países más industrializados, nos debemos involucrar todos. Necesitamos encontrar el balance entre sostenibilidad ambiental y social y crecimiento económico. Para ello, son muchas las preguntas que debemos responder: ¿cómo gestionar los riesgos climáticos? ¿Cuáles son las tendencias en desarrollo sostenible y cambio climático que están mostrando resultados favorables? ¿Se pueden replicar a escala global? ¿Cómo administrar eficientemente los recursos naturales en armonía con el ambiente?
El Perú es uno de los cuatro países más megadiversos del planeta. Esto lo hace especialmente vulnerable frente a desastres climáticos cada vez más intensos y frecuentes. Tenemos retos gigantescos, pero continuamos enrollados en escándalos políticos que lo único que hacen es debilitar aún más nuestra frágil institucionalidad. No podemos continuar teniendo nuestras prioridades tan desenfocadas.