En 1989 fui invitado a la que todavía era la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). El motivo de dicha invitación era ver cómo se estaban realizando la ‘perestroika’ y la ‘glasnost’, las reformas económicas y políticas que estaba impulsando Gorbachov.

Un vuelo de Lima a Moscú, con escalas, dura aproximadamente entre 16 y 18 horas, sobre todo por las tres escalas que, por aquella época, hacía la compañía soviética Aeroflot. Cuba, Gander y Shannon en Irlanda. Pocos saben dónde queda Gander. Está en . Para ser más preciso, en la península del Labrador, territorio de Terranova. Por aquella época, muchos aeropuertos no tenían mangas y menos en lugares apartados como Gander. Hacía como 15 grados bajo cero y nevaba fuertemente. Cuando vi que los pasajeros rusos se ponían sus chapkas (un sombrero de piel) y sus gruesos abrigos, porque se tenía que caminar desde el avión hasta el aeropuerto unos cuantos metros, inmediatamente mi esposa Ana María y yo hicimos lo mismo. Solo cinco minutos de caminata, con un frío abrazador, fue para nosotros un suplicio de Tántalo. Pero no importaba, estábamos en Canadá. Un país que quería conocer, pero del que no conocimos nada, porque la verdad es que una cosa es estar y otra conocer.

No es lo mismo que permanecer algunos días en cualquiera de sus grandes provincias como, por ejemplo, la de Quebec, que es francófona, con un territorio más grande que el del Perú: tiene una extensión de un millón seiscientos mil kilómetros cuadrados. Ya en pleno vuelo hacia la antigua URSS, pensé “algún día vendré a este país, el segundo más grande del mundo”.

Por fin se cumplieron mis deseos el mes pasado, porque, con mi esposa, mi hija Doris y mi cuñada Ingeborg fuimos invitados a un matrimonio.

El responsable de esta invitación fue Cupido, que flechó a mi sobrina Ingeborg García Westphalen con el ciudadano canadiense, de origen escocés, Scott Reedie. El flechazo fue en Madrid, pues, como se sabe hace rato, el amor no tiene fronteras.

La ceremonia se realizó en unos viñedos cerca de Toronto, la capital de la provincia de Ontario, donde se encuentran las famosas cataratas del Niágara. Un matrimonio en unos viñedos es la perfecta combinación entre Cupido y Baco. Suerte eterna y vida amorosa para los ahora esposos.

Como el programa que nos organizaron fue muy ceñido, me tomé un tiempo para compartir con mi amigo de juventud Guillermo Russo Checa, exembajador de larga data y con experiencia en los “asuntos extranjeros” y otros vericuetos que tienen los diplomáticos. Caminamos por un gran parque y luego fuimos a almorzar con su hijo en un restaurante al pie del lago Ontario. Allí me contó que Javier Pérez de Cuéllar donó gran parte de sus premios y reconocimientos al Museo de la Civilización de Hull en Quebec, situado al frente del río Ottawa. También me comentó que, cuando un periodista le preguntó a quien fuera secretario general de las Naciones Unidas por qué había hecho esa donación, él respondió “porque Canadá es un país dentro de la diversidad”.

Ser inclusivo dentro de la diversidad es un logro humano magnífico, es alcanzar uno de los principios de los derechos humanos, porque significa que, en Canadá, además de ser un ‘melting pot’, una mezcla de personas provenientes de distintos países, los gobernantes y la sociedad civil han tomado importantes medidas contra la exclusión y la discriminación, generando una sociedad de integración social alta y, desde luego, muy .

Además de descendientes de franceses y de británicos, los hay latinoamericanos y de diversos países europeos, africanos y asiáticos.

Esas palabras de Pérez de Cuéllar deberían retumbar en el cerebro de los peruanos, porque nosotros, que somos diversos, debemos esforzarnos para ser inclusivos, no solo teniendo políticas de Estado que vayan en esa dirección, sino también como personas, para poder constituir una sociedad humanista y democrática, de alta integración social, de pleno reconocimiento del valor humano del otro como de la otra, en cuanto fines en sí, sin discriminación y entendiendo la política. Como alguna vez dijo Fernando Belaunde Terry en un discurso en las Naciones Unidas pronunciado en 1984: “La política es una misión de vida, no un medio de vida”.

Francisco Miró Quesada Rada es exdirector de El Comercio

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