JOSÉ LUIS SARDÓN
Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC)
El concepto de ‘capital democrático’ fue acuñado, hace algunos años, por Torsten Persson y Guido Tabellini, dos de los más destacados especialistas contemporáneos en el análisis económico de las instituciones políticas.
El capital democrático puede ser definido como la experiencia de continuidad del proceso democrático que acumula un país, por lo que ocurre tanto dentro de sus fronteras como fuera de ellas, en su vecindario.
Persson y Tabellini utilizaron este concepto para zanjar la ardua discusión respecto de la relevancia de la democracia para el desarrollo económico. Concluyeron que sí, es relevante, pero solo si es sostenida en el tiempo.
Una democracia inestable, interrumpida una y otra vez, no aporta una diferencia significativa, en relación con un régimen autoritario, en el establecimiento del Estado de derecho y, por tanto, en las perspectivas de desarrollo.
Sin embargo, al tiempo que Persson y Tabellini anotaron esto, subrayaron también que el mejoramiento de las perspectivas de desarrollo facilita la afirmación de la democracia, pues reduce las presiones y reclamos sociales sobre los gobiernos.
Así, precisaron, la estabilidad democrática y el desarrollo económico se refuerzan mutuamente y pueden configurar un círculo virtuoso, propicio para el despegue de los países.
Ahora bien, si se repasan los cerca de doscientos años de vida republicana del Perú, se encuentra que el proceso democrático no ha tenido aquí nunca una vigencia incuestionable de más de 15 años.
Nuestro récord está dado por la llamada República Aristocrática, específicamente, por la etapa que va de 1899 (inicio del gobierno de Eduardo López de Romaña) a 1914 (golpe de Estado contra Guillermo Billinghurst).
En esos años, llegaron a darse hasta cinco sucesiones presidenciales ajustadas a las reglas constitucionales: Eduardo López de Romaña, Manuel Candamo, José Pardo, Augusto B. Leguía y Guillermo Billinghurst fueron elegidos, todos ellos, en comicios competitivos.
En la historia del Perú republicano, no existe ninguna otra etapa de continuidad de la democracia equiparable a esta, en términos de años de vigencia de la democracia y, menos todavía, en términos de número de sucesiones ajustadas a las reglas constitucionales.
Por tanto, no es casualidad que se tuviera entonces una bonanza económica extraordinaria, no superada todavía ni siquiera por la etapa de prosperidad de la que ahora goza el país.
Esa prosperidad y abundancia se tradujo no solo en el desarrollo de la infraestructura, sino también en el mejoramiento de los servicios de atención de la salud y la educación de los peruanos.
En todo caso, en vista de los importantes hallazgos de Persson y Tabellini, nuestra prioridad actual debiera ser superar ese récord y lograr que el proceso democrático se sostenga por más tiempo.
Aunque las proyecciones de crecimiento de la economía peruana vienen experimentando un ligero decaimiento, todavía son muy positivas, en comparación tanto con las de nuestra propia historia como con las de otros países.
Así, teniendo los vientos de la economía favorables, las perspectivas de afirmación del proceso democrático solo requerirían la buena intención, el desprendimiento y la visión de largo plazo de los líderes políticos. Debiéramos poder contar con ello.