En una de sus más recientes entrevistas, publicada en la revista “Art Review”, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han aborda una serie de los problemas contemporáneos que le preocupan (alienación, soledad, fragmentación, olvido, autoexplotación, depresión, entre otros), así como también el papel que viene jugando la tecnología en la acelerada virtualización de la realidad. A propósito de su último libro, “Non-Things: Upheaval in the Lifeworld”, el prolífico escritor analiza el tránsito de la era de los objetos a la de los no objetos.
Ciertamente, en una coyuntura de informatización acelerada y de profunda ansiedad, como la que nos ha tocado vivir, el mundo se va volviendo menos tangible y el entorno mucho más “nublado y fantasmal”. Para una humanidad brutalmente golpeada por el COVID-19 y privada del atávico ritual de enterrar a sus muertos, los objetos materiales van perdiendo el valor de antaño y los recuerdos desvaneciéndose en medio de un bombardeo informático que no da tregua. El “eterno invierno del olvido”, al que se refiere el también autor de “The Burnout Society”, no debe sorprendernos en una etapa en la que el embate de información, dispersa e incluso falsa, imposibilita cualquier tipo de relato coherente. Y es así como nuestros recuerdos colectivos, despojados de sentido, simplemente sucumben dejándonos como naves al garete, sin pasado y, en consecuencia, sin brújula para imaginar un futuro medianamente viable. Mientras que la depresión es el signo patológico de un momento de tránsito a lo desconocido, la contingencia sigue alimentándose, según Han, por la distorsión, en algunos casos desvergonzada, como viene ocurriendo en el Perú, de la verdad.
“Feliz el Perú mil veces si con la absolución de su pasado, quedase saldada para siempre la cuenta de sus errores”, señaló Manuel Pardo (1834-1878) en su notable ensayo “Estudios sobre la Provincia de Jauja”, en el que, luego de hacer un balance histórico del militarismo y sus veleidades, propuso rectificar el rumbo político con la finalidad de enfrentar los desafíos de un capitalismo en expansión. La idea era aprender de las lecciones de una historia que, como bien sabemos, nació en medio de la guerra, la traición y la institucionalización de la prebenda para la sobrevivencia de la sucesión de “coaliciones de sobrevivientes” que, hasta la fecha, desgraciadamente nos gobiernan. Sin ir muy lejos, uno de sus preclaros representantes apeló, recientemente, a los “altos intereses del Estado” para embarcarse en una disputa, meramente distractiva, mientras no tenemos la menor idea de cómo enfrentaremos el cambio climático, la recesión galopante y una nueva cepa de la pandemia que mató a 300.000 compatriotas, justamente debido a la irresponsabilidad de la administración de turno. Por otro lado, una “madre de la patria”, también del grupo de los sobrevivientes, acuñó la peregrina idea del “terrorismo del agua potable” (sic) para contraponerla a la vesania de Sendero Luminoso y el MRTA, cuyas vanguardias asesinas sembraron de muerte y destrucción al Perú.
Lo cierto es que no hemos procesado nuestras experiencias límites, debido a que carecemos de una reflexión nacional honesta e inclusiva sobre las razones de las trágicas vivencias que, a lo largo de nuestra convulsionada historia, marcaron a sangre y fuego la vida y el futuro de millones de peruanos. Somos un país de posguerras irresueltas e insuficientemente explicadas porque, salvo notables excepciones, es la evasión, la mentira y las frases vacías y huecas lo que nos define.
“Guardamos grandes cantidades de datos, pero nunca volvemos a los recuerdos. Acumulamos amigos y seguidores, sin encontrarnos unos con otros”, afirma Byung-Chul Han, para luego recordarnos sobre un hecho de enorme utilidad para cualquier sociedad colapsada: solo una práctica narrativa del tiempo produce “moléculas fragantes de tiempo”. Y, a pesar de que dichas moléculas no generarán los cambios estructurales que urgentemente requerimos, es sobre este tipo de fragancia con el que quiero terminar esta columna. Porque, si bien es cierto que la contingencia, el olvido y la rapacidad sin límites parecen devorarnos, existen espacios construidos por peruanos y peruanas de buena voluntad, que siguen dando la batalla por el encuentro con el saber. Ese es el caso, por ejemplo, de la Biblioteca Miguelina Acosta del jirón Contumazá en Lima, que se mantiene con donaciones generosas de la sociedad civil. Trinchera de la memoria y el conocimiento, ese pequeño rincón, en medio de una ciudad caótica, no solo celebra al libro como objeto preciado, sino a la naturaleza como “magia y misterio”, al igual que tantas otras asociaciones que, en medio de la adversidad, cuidan nuestras lomas, bosques y ríos. Probando que prácticas que consumen tiempo, como la confianza, la lealtad, el compromiso y el amor por el Perú y la responsabilidad en la construcción de su destino todavía existen, aunque usted no lo crea.
Comparto esta entrega de Mesa Compartida, programa de conversación con Cesar Azabache, titulada “Lecciones de una pos guerra”.