“Cuando escucho a los solidarios afirmar que la Municipalidad de Lima se ha manejado mal y está en quiebra, me asusto. Luego me acuerdo de Comunicore y se me pasa”.
El párrafo anterior podría haber sido parte de uno de esos memes que, rana René incluida, inundaron las redes sociales el año que se fue. Grafica la poca credibilidad que Solidaridad Nacional mantiene en un importante sector de la población, más allá del aluvión de votos que la llevó a alcanzar la Alcaldía de Lima por tercera vez en octubre último.
¿Cómo creerle a quienes denuncian desbarajustes administrativos en el municipio cuando fueron ellos los que urdieron uno de los mayores escándalos de corrupción edilicios de los últimos años?
Aunque no reciben un lecho de rosas –la genial caricatura de Andrés Edery de Susana Villarán preguntando cuántos sociólogos se necesitan para reconstruir un puente es la más precisa postal de su gestión–, la situación administrativa y financiera de la comuna metropolitana parece estar lejos del desastre. Así lo han reconocido, incluso, ácidos críticos de la labor de Fuerza Social como los regidores salientes Alberto Valenzuela y Pablo Secada.
El atracón de cifras que la teniente alcaldesa Patricia Juárez nos ha querido embutir en los últimos días parece, en realidad, un vulgar pedido de chepa. El mensaje es que las obras, que iban a volver de inmediato con Castañeda, van a tardar.
Como ocurre con toda nueva gestión, se necesita armar equipos, definir prioridades, elaborar proyectos, licitarlos y eso, en el Perú, demora mucho. Demasiado para un pueblo inmediatista como el nuestro.
El enorme rechazo a Villarán y la imagen de constructor del nuevo alcalde han puesto la valla de las expectativas muy alta. La paciencia se agota rápido y la tecnología ha puesto en manos de la gente diversos instrumentos para expresar con rapidez su descontento. Hasta un inocentón tuit puede ser devastador.
Probablemente, pues, veamos a Castañeda en estos primeros meses haciendo más anuncios que inauguraciones, sazonándolos con quejas por la herencia recibida. O veamos en los noticieros matutinos a Armando Molina, u otro de sus escuderos, dando cuenta de alguna obra menor “por encargo del alcalde de Lima”.
Pero fuera de los puentes y ‘by-passes’ que seguramente se levantarán en los siguientes cuatro años, el alcalde debe expresar con claridad cuál es su visión de ciudad, hacia dónde nos dirigimos, qué pretende para Lima, más allá de mejorar su infraestructura y servicios. En otras palabras, cuál será su labor –esa que no se mide en ladrillo o cemento– para hacer que los limeños nos sintamos realmente orgullosos de pertenecer a este pedazo de tierra.
Atado a ello se encuentra su obligación de trabajar con transparencia, aspecto que ignoró en sus dos primeras gestiones. Si bien el fantasma de Comunicore no lo va a abandonar, Castañeda urge de un ‘shock’ de confianza que le permita convencer a aquellos que aún dudan de su honestidad. ¿Se atreverá?
Que este 2015 sea estupendo para todos.