La decisión del Jurado Nacional de Elecciones (JNE) de retirar a dos candidatos presidenciales de la campaña ha creado malestar en la población. La desazón responde fundamentalmente a la exclusión de Julio Guzmán, pues César Acuña había cavado su tumba solito. Estando ya Guzmán posicionado en segundo lugar en las encuestas y con posibilidades de ser presidente, su retiro ha dejado inquietud en general. La razón es clara: para sus seguidores, queda la impresión de la maniobra de una mano corrupta que no quiere cambios para el eventual bien de la población. Para sus detractores, sin embargo, resulta sospechoso que a un mes de las elecciones se haya tomado dicha decisión, la cual posiblemente responde a su ascenso en las encuestas. Como opositor uno puede estar individualmente contento de que Guzmán no esté ya en campaña, pero ello no evita la sensación de una posible arbitrariedad en la decisión. La pregunta es entonces: ¿Se debió o no castigar a Guzmán?
La respuesta exige que nos detengamos en la necesidad y la lógica del castigo. Por sentido común, sabemos que el castigo responde a la voluntad de una autoridad que quiere evitar que volvamos a hacer lo mismo –entiéndase “lo mismo” como un acto ilegal o inmoral–. Si la impunidad reinara siempre, no habría convivencia social. La necesidad de castigar es, entonces, un deber de la autoridad en pro de la sociedad. En ese sentido, la ética acepta un derecho mínimo de violencia por parte del Estado en tanto este tiene, en última instancia, la potestad de la sanción.
Pero la lógica del castigo no es un tema del sentido común; ella apela a la formación de la conciencia moral en los individuos. Es decir, la lógica del castigo consiste en la interiorización de la autoridad externa, de modo que uno mismo pueda fungir como autoridad. Dicho de otro modo, si Juan patea a su hermano, los padres deben castigarlo para que interiorice la idea de que patear a otros está mal, y no patee más. El sentido del castigo está en la creación de una conciencia moral que permita que uno mismo pueda decidir sobre lo que está bien y mal. Esta conciencia moral es lo que Sigmund Freud llama superyó o autoridad interior y cuya formación pasa por la autoridad externa.
¿Debió entonces excluirse a Guzmán de la campaña electoral? Sí, pues la irregularidades en su plancha electoral y de democracia interna son transgresiones graves para quien pretende gobernarnos. Quien burla sus propios estatutos no sabe gobernarse a sí mismo y mal puede gobernar a los demás. Lo que mejor sustenta esta exclusión es la ratificación de la resolución del Jurado Electoral Especial por parte del JNE. Sin embargo, esta exclusión debió haberse dado antes. Si en un inicio un candidato no cumple los requisitos debidos, no debe entrar en campaña. Las normas deben ser claras e iguales para todos los que están en la misma condición, para que el castigo refleje transparencia y permita que la norma se interiorice en la población. Solo así desaparecerá paulatinamente la idea de “la República Peruana donde todo el mundo hace lo que le da la gana”.