Alonso Cueto

La crisis política se agudiza, pero la gente sigue ocupada en lo suyo. La decepción con el gobierno de Castillo, aunque generalizada, parece ser vista como una condición natural de las relaciones de cualquier ciudadano con un gobierno. Aunque asistamos al saqueo del Estado, al nombramiento de funcionarios y ministros impresentables, nuestro estoicismo militante permite a muchos ignorarlo todo.

Hizo falta que hubiera un presidente popular como Vizcarra, y un intruso como Merino, en noviembre del 2020, para que las se desataran. El saldo fue el de dos jóvenes muertos en un hecho que hasta ahora no tiene culpables. ¿Alguien se anima a seguir protestando? Ahora dos drogas sociales conocidas, la del fútbol y la de las compras de Navidad, amenazan con continuar ese estado.

El Mundial termina el 18 de diciembre, justo a tiempo para continuar con las celebraciones de fin de año. La televisión muestra a la gente de diferentes partes del mundo celebrando. Pero también rebelándose.

En China, los que han podido ver un Mundial con público sin mascarillas han salido a las calles en al menos diez ciudades; gritos de “abajo el partido”, manos que sostienen papeles en blanco –no pueden ser culpados por nada que escriban, porque están prohibidos de escribir–, protestas contra el confinamiento estricto por el COVID-19.

En realidad, la protesta china es mucho más que una protesta por la cuarentena. Es una por el derecho de caminar por la calle, lo mínimo que se puede pedir. Es parecida a la que hicieron los jugadores de Irán antes del partido con Senegal hace algunas semanas. En esa ocasión, los futbolistas usaron una chaqueta negra que tapaba los colores y el escudo de su país mientras se oía el himno nacional. Se trataba de una protesta por la escandalosa muerte de la joven Mahsa Amini, luego de su arresto por “infringir” el código de vestimenta. Algunos manifestantes cerca del estadio corearon lemas contra las autoridades iraníes. Pues allí lo tenemos. Los gobiernos de China e Irán. ¿Qué mentes en el poder definen los movimientos de la gente en las calles y los códigos de vestimenta?

Las rebeliones y manifestaciones han existido siempre, pero se han consolidado como un arma social en los tiempos modernos. La Revolución Francesa se inició con la toma de la Bastilla y la captura de los reyes, en la ciudad de Varennes. Uno de los sustentos de la Revolución Francesa era la convicción que reinaba por entonces de que el mundo se divide en buenos y malos. Lo mismo ha ocurrido en otras revoluciones, exitosas o no. Había una razón para pelear, una causa que defender, un sentido de lucha. La idea de la utopía, que ha alimentado a las revoluciones, estaba vigente. Las rebeliones de hoy ya no proponen la utopía. Nadie cree que lograremos algún día la sociedad perfecta. Pero sí que podemos mejorar nuestra situación en algo, frente a amenazas concretas; entre ellas, la prohibición del derecho de vestirnos y de caminar libremente.

Hoy los rebeldes chinos tienen claro quién es su villano, lo mismo que los jugadores de Irán. Lo más probable es que por ahora sean sometidos, pero también que seguirán rebelándose. El problema con los posibles rebeldes peruanos es que la mayor parte de las autoridades, del Ejecutivo y el Legislativo, parecen villanos. Tenemos ante quién protestar, pero no a quién o qué defender. Pero deberíamos defendernos a nosotros mismos. Aceptar que la corrupción y la ineptitud del gobierno son lo normal, es lo más peligroso que puede pasarnos. A pesar de las drogas que nos rodean.

Alonso Cueto es escritor