Desde hace varios años tengo colgado en la pared de mi casa un reloj sin manecillas. Es un simple reloj blanco que encontré en la calle y al que le mutilé adrede sus bracitos. La idea me la robé de una película de la francesa Agnès Varda. No solo me pareció un bonito elemento decorativo, sino incluso utilitario: a las visitas las obligaba a no estar pendientes de la hora exacta, y para un obsesivo de la puntualidad como yo, prescindir de horario, minutero y segundero se vuelve un entrenamiento contra las ansiedades.
“El tiempo no es lo que pasa. El tiempo es lo que no pasa”, decía el rumano Emil Cioran. No sé si habría pensado lo mismo si hubiese visto cómo es que hoy casi todo el mundo vive con el tiempo metido en el bolsillo o, más precisamente, con un reloj perenne en la pantalla del celular. Lo curioso es que en los últimos años el orden de los factores parece haberse invertido: estamos pasando de llevar un reloj en el teléfono a llevar el teléfono en un reloj. Los ‘smartwatch’ amenazan con hacerse omnipresentes.
Pero ni el avance tecnológico puede competir con las ínfulas de la pompa y el estilo. Pregúnteles si no a aquellos (y aquellas) amantes de los opulentos Rolex, accesorios por excelencia de la fastuosidad. Vale recordar que es la única marca de relojes mencionada en la saga de libros sobre James Bond escritos por Ian Fleming. Y el primer actor que encarnó al agente 007 en el cine, Sean Connery, lleva uno puesto con arrogante actitud en “El satánico Dr. No”.
En el caso de Bond, puede que la relojería suiza haya contribuido a la conocida puntualidad británica. Pero no sabemos si conseguirá una hazaña similar con la casi incorregible hora peruana, ahora que la presidenta Dina Boluarte exhibe unos Rolex no declarados. La ostentación ha motivado una indagación preliminar por parte de la fiscalía, y no faltan quienes ya comienzan a hablar de una vacancia finamente cronometrada.
Mientras presta atención a la cuenta regresiva de una posible destitución, a Boluarte los Rolex se le deben estar derritiendo en la muñeca como aquellos relojes blandos de Dalí en su cuadro “La persistencia de la memoria”, símbolos de la traicionera relatividad temporal, que me recuerdan también a otro artista que metaforizó el asunto, Julio Cortázar. “Cuando te regalan un reloj, te regalan un pequeño infierno florido. […] Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa”, escribía el argentino sobre el lujo que se convierte en condena.
“No te regalan un reloj, tú eres el regalado”, remataba. El tiempo le terminó dando la razón.