Héctor López Martínez

Hoy, la Iglesia conmemora el día de Todos los Santos y, mañana, el de Todos los Fieles Difuntos. Son fechas en las que millones de católicos en el mundo entero acuden a los cementerios llevando oraciones, amor y flores a sus seres queridos que allí reposan. Es, pues, ocasión propicia para recordar la fundación del primer cementerio que tuvo Lima, levantado en la década inicial del siglo XIX en concordancia con los avances médicos de la época que insistían en que la inhumación en las iglesias era motivo para la propagación de muchas enfermedades.

Ya en el reinado de Carlos III (1716–1788), el culto monarca reformista, se inició en España y sus posesiones de América una gran corriente de opinión para que se construyeran cementerios, los que debían ubicarse “a sotavento de las ciudades”. Como se sabe, sotavento es la parte opuesta al lugar de donde proviene el viento. Fue Carlos IV, su opaco y titubeante sucesor, quien suscribió las Reales Cédulas de 1779, 1803 y 1804, que ordenaban la erección de una necrópolis en la capital del Virreinato del Perú, donde “encontraran honrosa sepultura todos los habitantes de Lima”.

La autoridad civil debía actuar siempre en acuerdo con la religiosa para llevar adelante los trabajos. En 1807 era arzobispo de la Ciudad de los Reyes Monseñor Bartolomé María de las Heras, quien dio su aprobación luego de leer detenidamente el informe médico del doctor Deboti. Se encargó la ejecución de la obra “al sencillo, virtuoso y ejemplar ”, nacido en Vitoria, capital de la provincia vascongada de Alava, el 3 de noviembre de 1770, quien falleció en nuestro medio el 13 de enero de 1835, “entre las lágrimas de gratitud de todos aquellos a quienes había servido su mano generosa”.

Luego de diversas consultas, se eligió para la construcción del cementerio la llamada chacra de Santa Ana, que tenía un área de 38.760 varas cuadradas, ubicada a corta distancia de la portada de Maravillas. El Cabildo capitalino otorgó el agua de regadío necesaria y un local en el Martinete que sirviera como depósito de carros y para otras necesidades de orden práctico. Los planos y la dirección de la obra estuvieron a cargo del presbítero Matías Maestro, quien era doctor en ingeniería, arquitectura y matemáticas. Los trabajos se iniciaron el 23 de abril de 1807 y el cementerio fue inaugurado el 31 de mayo de 1808.

La ceremonia de apertura fue solemnísima. El virrey José Fernando de Abascal y Souza hizo que se movilizara la guarnición de Lima, tanto los hombres de a pie como los de a caballo, quienes hicieron guardia de honor desde la portada de Maravillas hasta la necrópolis. El arzobispo de Lima, Bartolomé María de las Heras, asistido por varios obispos, bendijo el cementerio y su hermosa capilla dedicada a honrar al Señor Yacente de las Maravillas. Su alocución posterior fue una verdadera pieza de oratoria sacra. Según los cronistas de la época, la ceremonia se inició a las 8:30 a.m. y concluyó a las 11 de la mañana. Ese mismo día fueron trasladados al flamante recinto, siguiendo el suntuoso ritual pertinente, los restos de monseñor Juan Domingo González de la Reguera, arzobispo de Lima, quien había fallecido el 8 de marzo de 1805.

También, a partir de ese día, se clausuró definitivamente el ya colmado cementerio existente en la iglesia de San Francisco. El 1 de junio se dio sepultura “a un pobre de solemnidad” cuyo nombre no se ha conservado. Sus restos fueron depositados en el llamado Camposanto, que era el área destinada para enterrar a los que no tenían quien les costeara un nicho en los “cuarteles”, siendo el primero de ellos el que recibió el nombre de Resurrección. El 2 de junio se dio sepultura a la monja Micaela Salazar, religiosa del monasterio de Nuestra Señora del Carmen Alto.

Un folleto de la época, haciendo elogio del cementerio, decía: “A la sombra de los álamos y cipreses, entre los fragantes mirtos y romeros, reposarán aquí nuestros despojos, haciendo gratas las mansiones hasta ahora funestas de los muertos. Aquí las rosas y jazmines enredarán sus raíces con los huesos del virtuoso; cubrirá la alta palma las cenizas del guerrero y encendidos y amables lirios crecerán sobre los sepulcros de los sabios”. Desde un primer momento, el cementerio, que terminó llevando el nombre de su ilustre constructor, fue muy alabado por su arquitectura neoclásica al mismo tiempo sólida y elegante. Años más tarde, contó con una hermosa puerta de hierro que se mandó construir expresamente en Europa y quedó a cargo de la Beneficencia Pública de Lima.

Allí reposan los restos de los personajes más importantes de nuestra historia y muchos de ellos poseen hermosos monumentos. Ha tenido etapas de abandono y otras en las que se le ha dado cumplido mantenimiento. Actualmente es Patrimonio Cultural de la Nación. Dentro de él se encuentra la Cripta de los Héroes. Es también museo, pues guarda bellas obras escultóricas de artistas nacionales y extranjeros. Fue el primero que se construyó en América hispana.




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