Fátima aún no cumple dos años pero, con sorprendente rapidez y exactitud, ha aprendido los gestos más elocuentes de los personajes del “Chavo del Ocho”. Sabe cómo llora el Chavito, cómo reniega el Profesor Jirafales y quiere mucho a la Chilindrina. A ella no le tocó una televisión con las obras de Chespirito en el horario estelar. Son sus padres quienes seleccionan los mejores capítulos a través del mágico YouTube para que ella, desde muy temprano, aprenda a reír a tiempo completo.
Mañana se cumple una semana de la muerte de Roberto Gómez Bolaños y sigue el conmovedor desfile de homenajes, cartas y repasos a la trayectoria de Chespirito. Pero también, como no podía faltar en estos tiempos de catárticas y renegonas redes sociales, surgió una inesperada cadena de indignación sobre el “controversial” legado del Chavo. Que sus personajes eran “pegalones”, que dibujaban una penosa caricatura de la familia ideal y que sus contenidos no eran para libre consumo infantil. Solo faltó que alguien diga que el color rojo en el traje del Chapulín Colorado es una apología al comunismo químicamente puro.
Millones en Latinoamérica crecimos viendo los capítulos archirrepetidos del Chavo del Ocho. Por eso su partida nos duele como si fuera un amigo del barrio. No sé cuántos fueron marcados por sus “abrumadoras” escenas de violencia (¿acaso cuando desinflaron a Ñoño como si fuera un globo? ¿o cuando el Señor Barriga aplanó a Don Ramón en el suelo?) o cuántos fueron influidos por la imagen distorsionada de familia al presentar a Don Ramón y Doña Florinda como consumados padres solteros. Esas estadísticas aún no existen, pero más allá de las discusiones prefiero un millón de veces los resbalones de Quico o los bloopers del Chapulín antes que los líos amorosos de los chicos de “Esto es Guerra” o las peleas teatrales de la gentita de “Combate”.
Me uno a las firmas para pedir que el Chavo del Ocho vuelva a un horario estelar en la televisión peruana. Siempre será mejor un sketch con geniales guiones antes que una lluvia de músculos y una monótona sucesión de pruebas de resistencia. Nunca entendí por qué el Chavo desapareció de nuestras pantallas de lunes a viernes. Ráting siempre tuvo y está comprobado que su humor traspasó edades y generaciones. Lo quisieron mis papás, mis hermanos y ahora mi sobrina, la pequeña Fátima, una niña linda que siempre está acompañada de sus padres para ver contenidos televisivos que pueden ser discutibles. Que regrese Chespirito a la misma hora y en el mismo canal. Que con sus finas ocurrencias nos haga olvidar, al menos por un rato, que a la televisión peruana hace mucho tiempo le tocó el ocho.