Andrés Oppenheimer

La aplastante derrota del proyecto de respaldado por el gobierno de izquierda de en el plebiscito del domingo 4 de setiembre fue un terremoto político que podría tener repercusiones en toda la región. Podría ser una señal de una creciente fatiga de los votantes con las ideas extremistas y producir, al menos en Chile, un giro político hacia el centro.

La victoria del voto de rechazo al texto constitucional por un amplísimo margen del 62% al 38% del voto fue una sorpresa. Obligó al presidente Gabriel Boric, cuya coalición gobernante incluye al Partido Comunista y otros grupos radicales que impulsaban la Constitución derrotada, a reorganizar su Gabinete y nombrar a políticos de centroizquierda más moderados en puestos clave.

“Esto fue un terremoto político, una debacle, particularmente para los sectores más maximalistas que querían una suerte de refundación del país a través del texto constitucional”, me dijo el excanciller Heraldo Muñoz, cuyo partido pertenece a la coalición gobernante, y agregó que “los sectores de una izquierda dura que constituyeron una mayoría en la convención constituyente pensaron que el país se podía refundar. Pero Chile se ha movido hacia un cambio significativo, pero con sensatez”.

El texto constitucional derrotado pedía, entre otras cosas, refundar Chile como un estado “plurinacional” en el que los pueblos originarios tendrían una autonomía casi total en sus territorios. También pedía la abolición del Senado y un mayor papel del Estado en la economía. Irónicamente, la mayoría de las comunidades indígenas votaron masivamente por el rechazo del texto constitucional. Es demasiado pronto para saber si el plebiscito chileno tendrá un impacto en otros países latinoamericanos, pero podría tenerlo.

“La izquierda en Chile no se dio cuenta de que este país es un país moderado, que no quería la violencia, no quería la situación extrema”, me dijo el expresidente chileno Eduardo Frei, un centrista que apoyó el voto del rechazo al proyecto constitucional. “Evidentemente es una lección para Latinoamérica también”.

El excanciller chileno Roberto Ampuero está de acuerdo. “Esto lanza un mensaje de esperanza para los sectores moderados de América Latina, de que ante una ofensiva radical populista de izquierda es posible levantar una alternativa que se imponga en las urnas”, me confesó.

Algunos pueden argumentar que Chile, un país de solo 19 millones de habitantes, es demasiado pequeño para influir en otros países más grandes. Pero Chile ha sido muchas veces un país que marcó tendencias en la región. Chile atrajo la atención mundial cuando eligió democráticamente a un presidente marxista, Salvador Allende, en 1970. Luego, Chile se convirtió en un símbolo mundial de las sanguinarias dictaduras militares de derecha cuando el general Augusto Pinochet dio un golpe de Estado en 1973. Y durante los 30 años que siguieron al retorno de la democracia en 1990, Chile se convirtió en un modelo regional de crecimiento económico, libre comercio y elecciones democráticas.

El plebiscito del 4 de setiembre puede ser una gran oportunidad para que Chile vuelva a mostrar el camino una vez más. Mostró que, aunque los chilenos quieren –con razón– un crecimiento económico más inclusivo, no quieren aniquilar los logros de las últimas tres décadas. Las políticas económicas de Chile desde la llegada de la democracia fueron inmensamente más efectivas para reducir la pobreza que las recetas populistas de Venezuela y Argentina. El producto bruto interno de Chile se multiplicó por 10 entre 1990 y el 2020 y, lo que es más importante, la pobreza se redujo del 36% de la población en el 2000 al 10% de la población en el 2020, según cifras del Banco Mundial.

Y Chile lo hizo en democracia, sin fraudes electorales ni censura. Ahora, la mayoría de los chilenos reconocen con razón que su sistema económico necesita ajustes para ayudar a los menos privilegiados. La buena noticia es que, tras el plebiscito del 4 de setiembre, puede que hagan estos cambios sin destruir lo que ha funcionado. Existe la posibilidad de que Chile vuelva a convertirse en un modelo de desarrollo para el resto de la región.


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Andrés Oppenheimer es periodista

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