(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Andrés Oppenheimer

Una de las grandes noticias del 2017 que recibieron relativamente poca atención fue el continuo avance económico y político de China en América Latina a expensas de Estados Unidos, con ayuda de la poca atención –si no desdén– del presidente Trump hacia la región. 

Las diatribas de Trump contra México, sus ataques contra los indocumentados, sus posturas anti libre comercio y su decisión de retirarse del Acuerdo Climático de París le están dando a China una oportunidad de oro para expandir su influencia en América Latina. 

Igualmente, el retiro de Trump del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), que estaba destinado en parte a frenar la creciente influencia de China en el mundo, le abrió aun más espacios a China.

Por cierto, la creciente presencia de China en América Latina empezó mucho antes de Trump

El porcentaje de importaciones latinoamericanas de Estados Unidos cayó del 50% del total de la región en el 2000 al 33% en el 2016, según el BID. En ese mismo período, las importaciones latinoamericanas de China crecieron del 3% al 18%. 

Los latinoamericanos compran cada vez más computadoras y automóviles fabricados en China que solían importar de Estados Unidos. 

Si Estados Unidos recuperara la cuota de mercado que tenía en el 2000 en la región, podría crear alrededor de un millón de empleos adicionales en Estados Unidos, según el BID. 

Pero mientras el presidente chino, Xi Jinping, visitó América Latina este año en lo que fue su tercer viaje a la región en tres años, Trump todavía no ha viajado a Latinoamérica. Lo que es peor, Trump ha prometido construir un muro en la frontera sur de Estados Unidos y amenaza con retirarse del Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Canadá y México. 

Además, casi un año después de su toma de posesión, Trump todavía no ha nombrado un jefe del Departamento de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental y ha propuesto grandes recortes en la ayuda externa. 

Hasta ahora, Trump solo ha tenido una “agenda negativa” hacia la región, con posturas anticomercio, antiinmigración, antiambientales y anti cooperación externa, sin ofrecer ningún plan constructivo para mejorar los lazos hemisféricos. 

Y los frecuentes insultos de Trump contra los latinoamericanos –como cuando describió a la mayoría de indocumentados como “criminales”, “violadores” o “bad hombres”– lo han convertido en el presidente estadounidense más impopular en la región en muchos años. 

Una reciente encuesta regional de Latinobarómetro mostró que, en una escala de 0 a 10, los latinoamericanos le dieron a Trump una calificación de 2,7, la más baja desde que la encuesta comenzó a hacer esa pregunta en el 2005. 

China, mientras tanto, está aprovechando al máximo el aislacionismo de Trump. El presidente del BID, Luis Alberto Moreno, me dijo que le impresionó ver a 750 empresarios chinos que habían viajado durante 28 horas desde China a Punta del Este, Uruguay, para una reunión de negocios entre China y América Latina que organizó a principios de este mes. 

“Uno siente un enorme interés tanto de empresarios chinos como de latinoamericanos de profundizar mucho más la relación comercial”, me dijo Moreno. Estados Unidos debería seguir una estrategia proactiva con América Latina para recuperar su participación en el mercado en la región, agregó. 

Estoy de acuerdo. Trump podría comenzar asistiendo a la Cumbre de las Américas de 34 países programada para abril del 2018 en Lima y proponer una agenda positiva para la región, con nuevas propuestas comerciales, diplomáticas y culturales para mejorar las relaciones hemisféricas. 

Preguntado al respecto, un alto funcionario de la Casa Blanca me dijo que Trump quiere mejorar los lazos con América Latina, “pero todavía no se ha anunciado su agenda de viajes para el 2018”. 

Otras fuentes cercanas al gobierno de Trump me dicen que el presidente no asistiría a esa reunión de jefes de Estado de la región, lo que lo convertiría en el primer presidente de Estados Unidos en no asistir a esta cumbre en casi 25 años. Los chinos no podrían estar más felices.