Quienes desean ser candidatos a la presidencia en las elecciones generales del 2026 deben estar afiliados a un partido en julio de este año. Con el plazo acercándose, muchos aspirantes comienzan a oficializar sus candidaturas y a justificar sus motivos para candidatear.
Tener vocación y aspiraciones políticas no es malo. A menudo tendemos a juzgar negativamente a quienes buscan la reelección, por ejemplo, pero siempre he creído que admitir el deseo de hacer de la política una carrera es honesto (y, francamente, es la sinceridad lo que debemos aprender a valorar).
Considero importante subrayar que una candidatura no es una obligación moral y que justificarla como tal no beneficia al candidato. Sí, necesitamos candidatos íntegros, calificados y con vocación de servicio. Sin embargo, sugerir que no postularse sería un acto de egoísmo transmite un mensaje equivocado a los votantes. Es absolutamente posible que el aspirante sea honesto y preparado. Pero presentar una candidatura como una obligación moral solo nos dice a los votantes que el postulante tiene mucha confianza en sí mismo. No nos da a nosotros un solo motivo para que tengamos confianza en él, sobre todo si no lo conocemos ni comprendemos las cualidades que lo convertirían en un gran presidente.
La narrativa del “deber moral” de candidatear no es nueva. La han usado desde Evo Morales, cuando en el 2017 dijo que sentía una obligación y un “destino a seguir siendo presidente”, hasta Theodore Roosevelt, cuando en 1912 insistió en que se postulaba por deber, no por ambición personal.
Si usted cree que al postularse le está haciendo un favor al país, entonces denos razones para pensar lo mismo. Por sobre todo, si desea liderar este gran y complejo país no por ambición, sino porque quiere hacer del Perú un país justo, en el que todos nos sintamos orgullosos de ser peruanos, lo felicito. Es uno de los pocos. Pero involucrarse en política no es un deber moral. Es un privilegio único para cambiar vidas.
Como recomendación: eviten los discursos puramente moralistas. Lamentablemente, hemos sido decepcionados tantas veces que son difíciles de creer. En vez de eso, demuéstrennos con acciones que merecen nuestro voto.
Hagan política. Háganla con ganas, háganla con vocación. Si sus intenciones son las correctas, los ciudadanos lo vamos a reconocer. Queremos políticos que lideren con razón y compasión, en lugar de con miedo y apetito de poder. ¡Sabe Dios cuánto lo necesitamos!