Uruguay ha basado su estabilidad democrática en la existencia de partidos políticos con largas historias y en coaliciones electorales justificadas por coincidencias programáticas. La gobernabilidad va de la mano de la acción y los compromisos de las mayorías.
Al salir de la cárcel que le impusieron los militares uruguayos, el líder blanco Wilson Ferreira Aldunate (blanco es la denominación de un partido uruguayo) hizo, en diciembre de 1984, recién concluida la elección en la que no pudo ser candidato, un discurso en el que propuso dar gobernabilidad al gobierno que se instalaría pocos meses después.
Gobernabilidad significa un espíritu de convivencia, no solo mayorías parlamentarias. Similar conducta había mantenido el general Seregni, militar retirado y líder de la izquierda, preso durante diez años, quien, tras ser liberado, llamó a la conciliación.
Esa es la conducta histórica de los dirigentes uruguayos, quienes han demostrado a lo largo de dos siglos que pueden ser tan duros al momento de los enfrentamientos como magnánimos al tiempo de la paz.
Esa vieja tradición se ha convertido, en el siglo XX y en lo que va del XXI, en la virtud democrática de ofrecer gobernabilidad, lo que ocurre porque Uruguay tiene partidos políticos muy antiguos y fuertes. Y también coaliciones que no se han formado por circunstancias electorales, sino por razones ideológicas.
Así, por ejemplo, ocurrió con el Frente Amplio, que es una unión de partidos de izquierda que tenían cada uno de ellos, hasta 1971, pequeños porcentajes del electorado, de no más del 10%. Una paciente tarea política llevó a que los comunistas se unieran con los socialistas y los más revolucionarios con los menos revoltosos. Hasta los democristianos o socialcristianos se unieron a esa coalición, presentada ante el público con un programa común. Eso fue en 1971. En el 2005, ese grupo accedió al poder por el voto popular, tras 12 años de militarismo. Es decir, en términos redondos, le llevó 20 años a la alianza de izquierda –si no se cuenta el período dictatorial– llegar al gobierno por la vía electoral. Gobernó durante 15 años y luego perdió la elección, cumpliendo las lógicas democráticas de la alternancia de los partidos o bloques en el poder.
Lo mismo ha ocurrido con los viejos partidos tradicionales uruguayos, colorados y blancos según las denominaciones del siglo XIX, Partido Colorado y Partido Nacional en el siglo XX. Tuvieron muy duros enfrentamientos, pero supieron unirse para construir la gobernabilidad de este tiempo.
No hicieron una coalición electoral, sino que forjaron una fuerza para gobernar. Divulgaron su programa común y se comprometieron a cumplirlo y hoy gobiernan con vocación republicana. Y con esa base se armó una coalición que incluye también al Partido Independiente, un sector de izquierda y a Cabildo Abierto, un grupo de derecha. Todos firmaron un documento programático previo a las elecciones y se comprometieron públicamente a defender juntos esa orientación.
Lo que demuestra la experiencia uruguaya es que viejos y nuevos partidos pueden armar coaliciones y mayorías, dando garantías de gobernabilidad, siempre y cuando esas propuestas se hagan a la luz pública y con compromisos transparentes.
Para lograr estabilidad y gobernabilidad hay que construir mayorías, las que no responden a la lógica de los sectores y las candidaturas, sino a las condiciones más profundas de la democracia, lo que requiere acuerdos y, muchas veces, transacciones y grandes entendimientos nacionales. Ese tiempo necesita conductores que sepan ceder sus lugares, aunque sean promisorios, en favor de las mayorías que expresen coincidencias patrióticas. Eso ha llevado en Uruguay a la conformación de dos grandes bloques, uno liberal –republicano–, el que gobierna actualmente, y el otro de tendencia socializante, el que dirigió al país hasta el 2020.
Supongo que varios lectores se estarán preguntando si eso es posible en el Perú. No debo intervenir en los asuntos internos, pero puedo hacer un comentario general y respetuoso de todas las posiciones. Creo que es posible que el Perú acceda a ese grado de gobernabilidad. Aunque viene de un pasado fragmentado y hoy tiene un sistema político dividido, tiene una enorme potencialidad. Seguramente hay líderes peruanos dispuestos a pensar y a actuar en esos términos de larga duración, comprometiéndose ante la opinión pública a conformar grandes mayorías que consagren la estabilidad política.