La pelota sí se mancha. En mi país y en todo el mundo. Los estadios de fútbol, esos elefantes blancos que cobran vida cada fin de semana, se han convertido en cementerios accidentales donde la vida no vale nada. Fútbol y muerte juegan en pared para anotar el más triste de los autogoles. Bryan Huamanlazo Cusipuma murió vestido con la camiseta de su equipo más querido. Las barras bravas matan en el Perú. Un hincha otra vez ha dejado el mundo por culpa de esa distorsión social que confunde el aliento con el instinto asesino.
Ya basta, maldita sea. Siempre es lo mismo con tanto delincuente disfrazado de barrista. El Ministerio del Interior ha sido derrotado por enésima vez (y por goleada). No tenemos una policía con capacidad de garantizar seguridad en circunstancias tan extremas. Son débiles, tan débiles como esos motorizados que rodeaban con desesperante impotencia a los barristas que peleaban cerca del Monumental de Ate. Con esas anémicas fuerzas del orden, solo queda exigir que los clubes se hagan cargo de sus malos hinchas. O se ordenan, o seguirán jugando a puertas cerradas. O empadronan a las barras, o perderán su posibilidad de hacer taquilla. Quizá no sea lo justo, pero es lo necesario.
Ya no quiero ver a tantos vándalos infiltrados en un estadio. Pero tampoco quiero verlos en series de televisión, en obras de teatro, películas ni contando un chiste frente a cámaras. Decir: ser barrista es chévere o ‘cool’ puede causar las más penosas consecuencias. No los quiero expuestos como antihéroes incomprendidos ni tampoco mostrados como animales de zoológico que se ríen aplaudiendo como focas.
En el Perú aún hay mucho trabajo que hacer para reeducar al verdadero hincha. Amo el fútbol. Ese deporte me apasiona, me absorbe, me vuelve loco. He resucitado mi alma alentando en una cancha. Grité, lloré, me tropecé en avalanchas humanas celebrando un gol. Acabé arrodillado en las escaleras de una tribuna después de una definición por penales. He recorrido ese pasadizo emocional llamado “la pasión del hincha”. Pero sin tirarle piedras a nadie, sin esconder una pistola en el pantalón. Sin empujar a nadie desde un palco.
Nunca entenderé la idea deformada sobre ser barrista o hincha. Me parece que no hay nada más estúpido que pelear a muerte por una bandera. ¿Una bandera? ¿Una insignificante tela como trofeo de guerra? A Bryan le dispararon por unos pases para el estadio. Esas entradas que nunca más deben ser regaladas. Quienes aparecen en el video de su asesinato solo merecen ver una entrada más en su vida: la de la cárcel o la de un centro de rehabilitación.