Estaba buscando un álbum de Leonard Cohen entre mis discos compactos para redactar luego algo sobre él. Pero en plena acción me sentí como un funcionario bancario de los 70 llevándose los pesados fólders con miles de cuentas de los clientes para colocar en casa –y a mano– los intereses ganados de cada uno. Cohen entonces me llevó a una frecuente observación y cuestionamiento de cómo es ahora la música.
Hoy no sé qué hacen los coleccionistas que tienen una gran cantidad de CD en casa. Tengo muchos amigos que, como yo, mandaron a hacer un mueble especialmente acondicionado para colocar, alfabetizar, dispensar –y de paso, con orgullo, decorar– la preciada colección de discos compactos que tanto tiempo, viajes y dinero nos tomó atesorar. Digo ‘hoy’ porque me entró la duda de si seguir coleccionando y atiborrando mi mueble con los discos, que ya muy pocas veces escucho, o abandonar el juego. Quedan unos pocos casilleros aún sin discos, que por el ‘horror al vacío’ siempre me veo tentado a llenar.
La tecnología y la famosa ‘nube’ se han convertido en el preciado y nuevo mueble de CD de todos. Con la diferencia de que en este anaquel virtual entra toda la música que jamás imaginaste y que puedas comprar con solo un clic. Pero para nosotros los coleccionistas, y ni decir de los de vinilos, cada detalle al conseguir lo que buscamos tiene un significado. Buscarlo, encontrarlo, comprarlo, abrirlo, olerlo, sentirlo, tocarlo, leerlo y analizarlo. Yo soy de las personas que gustan revisar el librito hasta el mínimo detalle para ver quién es el invitado. Como les dije al inicio, yo soy coleccionista y valoro cada pieza, por ello nuevamente reitero mi encrucijada al no saber si seguir buscando más discos o dejar mi romanticismo de lado y volverme un poco más digital, como es la realidad hoy.
Juan Carlos Hurtado, programador y locutor radial, una vez me enseñó un pequeño aparato plástico parecido a un módem de cable. “¿Recuerdas los dos salones de CD que había en radio Z Rock and Pop? Bueno, ahora toda la música de la emisora va a salir de este aparato, donde entran 180 mil canciones”. Ese día para mí el mundo cambió. Nunca más los programadores sacaron discos de los enormes almacenes.
Este progreso ha dañado muchísimo a los nuevos artistas, ya que por ofrecer comodidad, variedad y rápida disponibilidad a los clientes, la idea de ‘álbum’ de canciones ya es obsoleta. Cuando artistas nuevos me preguntan cuál es la mejor vía o medio para difundir la música (redes sociales, ambientes sociales, etc.), siempre contesto que lamentablemente no hay nada como la gran media. Es decir, la música difundida formalmente en radio, televisión y lugares de prestigio como centros comerciales, grandes tiendas y eventos. Las redes sociales pueden difundir muchas obras, pero la gente por alguna extraña razón no le da el lugar que merece a ese medio. Inconscientemente lo considera informal. Por un momento se pensó que el Internet era la oportunidad perfecta para homogenizar la exposición de todos, pero no ha sido así. Los artistas queridos y respetados en medios siempre ganan al final. Por eso lanzar un disco compacto y no ‘sonar’ es prácticamente un tiro al aire.
Pero yo sí les doy bola. Hay de todo en mi mueble, incluso un espacio para tantas bandas talentosas que vienen y me envían, desde todo el Perú, sus trabajos que con mucho esfuerzo han logrado sacar. Esos CD los tengo todos en un espacio destacado para siempre recordar que yo también fui uno de ellos. Por eso, he tomado mi propia decisión: seguir coleccionando. El momento del cambio aún no ha llegado. Ah, y esos artistas peruanos que nadie escucha sí suenan en mi casa.
Esta columna fue publicada el 19 de noviembre del 2016 en la revista Somos.