Refiere Haillot, en su libro sobre Marruecos, que el marroquí desconoce la prisa e ignora el apuro; es naturalmente pacienzudo e irremediablemente flemático. Por su lentitud, calma y sosiego, por su gran cachaza, por su indudable pachorra, el marroquí desde luego prefiere, entre todos los proverbios, el que a continuación transcribo: “Más vale andar que correr; mejor que de pie, sentado; mejor que sentado, echado; y mejor que echado, muerto.”
Conclusión y acabamiento
Y a propósito de la muerte:“Cuando la casa está concluida, entra la muerte.”
Théophile Gautier, que cita este proverbio turco en sus recuerdos de Balzac, dice que por eso los sultanes tienen siempre un palacio en construcción. Por eso también, en las auténticas alfombras persas, falta la puntada final; son alfombras inconclusas; si los alfombreros las concluyesen, entonces “se acabaría el mundo”, según dicen ellos, puesto que el mundo no es una conclusión, sino un devenir; el mundo es proceso o cambio.
Lo más temible
“En la vida parece no haber nada completo –observa Gautier–, salvo la desdicha. No hay nada más temible que un deseo realizado.” Lo mismo dice Martín Adán, en La Casa de Cartón: “Yo no te raptaré por nada del mundo. Te necesito para ir a tu lado deseando raptarte. ¡Ay del que realiza su deseo!”
Vivir de esperanzas
En Poor Richard’s Almanach, de Benjamín Franklin, consta el proverbio siguiente: “El que vive de esperanzas, muere en ayunas.” Excelente proverbio que Manuel González Prada seguramente conocía, ya que en Cantos de Otro Siglo, dice: “¿Te alimentas de esperanza? / Pues yo no envidio tu panza.” Y en El Arquero Divino, de Amado Nervo, veo a propósito de la esperanza una recomendación que transcribo inmediatamente y que me parece de veras inatendible: “Para vivir en paz y dignamente, hay que apuñalar, en el fondo del alma, a la esperanza.”
La abeja diligente
De los mil proverbios chinos que ha reunido Guillermo Dañino en su proverbiario titulado La Abeja Diligente, mencionaré el proverbio inicial, que dice así: “La abeja diligente no se detiene a libar de la flor caída.” Este proverbio nos enseña que no debemos relacionarnos con personas psíquicamente carenciales y espiritualmente indigentes; personas sin contenido, sin entidad, sin substancia. Perderemos lastimosamente el tiempo si nos relacionamos con los que son pobres de solemnidad en materia de espíritu y valores. Evitemos a toda esa gente, que es gente caída, como la flor del proverbio. Tengamos, pues, la diligencia de la abeja, que no se detiene a libar de la flor caída.