“Más allá de las enormes diferencias que existen en las legislaciones electorales, una condición sine qua non es la transparencia y rendición de cuentas”. (Ilustración: Victor Aguilar Rúa)
“Más allá de las enormes diferencias que existen en las legislaciones electorales, una condición sine qua non es la transparencia y rendición de cuentas”. (Ilustración: Victor Aguilar Rúa)
Javier Díaz-Albertini

Como ciudadanos estamos pagando por los largos años de desidia y apatía hacia la política formal. De alguna manera tenían que manifestarse las consecuencias de nuestro enorme y creciente desapego: la podredumbre por doquier. Infecta a todas las organizaciones, y movimientos, a las principales figuras y autoridades. Pero quizás el peor efecto es que muchos políticos y autoridades sienten que no tienen que rendir cuentas, y las pocas veces que dicen hacerlo nos tratan como necios.

Por ejemplo, he estado revisando las declaraciones de los políticos involucrados en recibir aportes de para sus campañas y resulta –¡oh, sorpresa!– que ninguno estaba enterado de los asuntos financieros de sus agrupaciones políticas. Aducen que otros se encargaban de lo económico porque estaban muy ocupados con los aspectos “políticos”. Por eso es que no se dieron cuenta (?) de los maletines repletos de dinero de origen dudoso, de los aportantes fantasmas, del ‘pitufeo’ bancario, de los eventos de recaudación bamba, etc. En resumen, no fueron contaminados por algo tan pedestre como el dinero.

Y yo me pregunto, ¿qué elemento es uno de los esenciales para viabilizar una ? Pues los recursos económicos. ¿Cómo es eso de que no sabían de los aspectos financieros? ¿Es el Perú una anomalía entre las democracias modernas? Digo esto porque el peso que tienen las finanzas en las campañas en sociedades democráticas es enorme. Y esto no es algo nuevo. Mark Hanna, reconocido como el primer “consultor político” moderno y afiliado al Partido Republicano, dijo en 1895: “Hay dos cosas importantes en la política. La primera es el dinero y no puedo recordar la segunda”. Gracias a su estrategia, logró acumular US$3 millones para la campaña exitosa a la presidencia de William McKinley en 1896. Según la revista “Forbes”, esto equivaldría a US$3 mil millones de la actualidad.

Más allá del cinismo de Hanna –que no comparto–, es importante resaltar algunos de los aspectos positivos que se logran con los recursos económicos en una campaña.

En primer lugar, permite una mayor llegada a los electores: más información sobre los candidatos y partidos, visibiliza el debate político, focaliza mejor los principales temas en juego y alienta un mayor interés en la campaña.

En segundo lugar, la recaudación de fondos es una manera de involucrar al ciudadano de a pie en la competencia política. Cuando un aportante contribuye, se genera una conexión empática con el candidato y un interés personal en el proceso electoral. Por estas razones, en muchos países democráticos los candidatos están ahora en pos del “pequeño donante”.

En tercer lugar, el éxito en la recaudación de fondos es casi siempre un reflejo de la calidad y capacidad del candidato. Los ciudadanos e instituciones tienden a respaldar a los políticos con mayor liderazgo y efectividad. Tan es así que en los EE.UU. los candidatos menos exitosos son los que financian sus campañas con su propio dinero.

Sin duda, no todo es color de rosa. Uno de los debates permanentes en las democracias es sobre el financiamiento, y cada proceso electoral brinda nuevas lecciones y posibilidades para mejorar y reformar el procedimiento. Cuestiones ligadas a los límites de aportes (individuos y organizaciones), el financiamiento estatal vs. el privado, la distribución de los fondos estatales, las restricciones a los grupos de interés y la regulación de la propaganda están entre los aspectos más debatidos.

Pero más allá de las enormes diferencias que existen en las legislaciones electorales, una condición sine qua non es la transparencia y rendición de cuentas, como bien señala el informe final de la Comisión de Alto Nivel para la Reforma Política. Los que deben abanderar este principio y práctica son justamente los mismos candidatos. El supuesto “no involucramiento” en las finanzas sería –en todo caso– un indicio de cierta opacidad en el manejo de los fondos.

En inglés, entre los apostadores, se utiliza la expresión “quiero ver el color de tu dinero” para asegurarse de que la apuesta esté respaldada. Ya es hora de que exijamos desde la ciudadanía y las instituciones estatales que nuestros políticos muestren “el color del dinero” de los fondos disponibles, su procedencia y uso.