Columnas de opinión, por Gonzalo Portocarrero
Columnas de opinión, por Gonzalo Portocarrero
Gonzalo Portocarrero

Escribo para explorar mis pensamientos, usualmente enredados y confusos. Solo mediante el ejercicio de la escritura llego a saber lo que realmente pienso. De otra manera me quedaría en la incertidumbre que suele ser oscura e inquietante. Teniendo una esforzada formación en el campo de las ciencias humanas, y un interés por el presente, el gusto por la escritura me impulsa a tratar de desentrañar la complejidad de lo actual, en la ilusión de que este esfuerzo me permita objetivar nuestras alternativas, tratando de identificar la mejor, la más conducente a los intereses de las mayorías. 

Supongo que esta vocación me califica como un columnista de opinión. Un “opinólogo”, como se suele decir hoy. Mezclándose en este término un cierto menosprecio que rebaja a priori el valor de lo publicado con, de otro lado, el reconocimiento de que se trata de una tarea necesaria, incluso para cristalizar un punto de vista gracias a la crítica y negación de las afirmaciones de tal o cual “opinólogo”.

Ciertamente hay muchas clases de columnistas de opinión. Para elaborar un panorama: hay quienes reciclan los estereotipos del momento, añadiendo, a este hilvanamiento de lugares comunes, algunas valoraciones que reiteran un modo de ver las cosas, una posición partidaria. Aunque controversiales, estas columnas pueden jugar un papel importante, pues informan al lector de una situación que demanda una toma de posición. Y también hay quienes pretenden ir más lejos, analizando sin tomar un partido de inicio, tratando –hasta donde es posible– de ser objetivos, dejando siempre al lector la última palabra. No adoctrinando.

La configuración de la escena política en el Perú hoy puede ser un buen ejemplo. El hecho básico es la falta de acuerdos elementales entre PPK y el fujimorismo, y el mutuo hostigamiento. Vivimos en la incertidumbre y el futuro aparece impredecible. Para muchos, el factor responsable sería la “debilidad” de PPK que habría sido incapaz de poner un freno a las pretensiones, cada vez más amplias, del fujimorismo. Para otros, lo central sería la “revancha” de una candidata que aún no termina de asimilar su derrota y que quiere convertir su apoyo político en medio de venganza y en el copamiento de la alta burocracia estatal con incondicionales. Finalmente, para otro grupo el problema estaría sobre todo en la actitud despectiva de la bancada de PPK que no reconoce la contundencia de la bancada de Fuerza Popular. Sea como fuere, el hecho es que no termina de consolidarse una fórmula de entendimiento que permita una toma de decisiones fluida, acorde con las necesidades del país. 

Con prescindencia de la línea editorial, fijada por la dirección, todo medio de comunicación debería aspirar a un mínimo de pluralidad que desarrolle en sus lectores la capacidad para ser críticos y objetivos. Es decir, capaces de asumir una posición, no en base a prejuicios, sino al balance reflexivo de la información y las opiniones respectivas. 

Vuelvo entonces a la cuestión de la escritura especialmente en el caso de las columnas de opinión. La escritura debe entenderse como un proceso creativo donde se hace pública una reflexión que pretende un esfuerzo de originalidad, que aspira a irradiar las luces que nos permiten difuminar las sombras y dudas que una situación alberga. De allí que los medios de comunicación más significativos suelan contar entre sus columnistas a escritores y académicos de orientaciones distintas para brindar así un panorama plural del acontecer del mundo.

Finalmente, las columnas de opinión no tienen por qué restringirse al seguimiento del proceso político. Estas columnas desarrollan una función muy importante: introducir información y reflexiones sobre los grandes temas morales, estéticos, económicos, históricos, científicos y un largo etcétera. Se trata de interesar a un público en el desarrollo de una capacidad de pensar por sí mismo, de rechazar el sectarismo y asimilar los principios de una escritura clara y reflexiva, que convierta la lectura en un placer.