No comentaré su pintura, porque de arte sé lo que sabe un aficionado, sino algunas de sus opiniones en una reciente entrevista de Mariella Balbi (“Si cerraran el Congreso, el país se volvería un polvorín”, El Comercio, 3 de mayo). Empiezo por el final: la propuesta del legislador Fredy Otárola, quien afirmó que el presidente Ollanta Humala podría cerrar el Parlamento si este no le otorgaba facultades extraordinarias al Gabinete de Pedro Cateriano.
Fernando de Szyszlo se horroriza ante tamaña tontería, cuando califica de inaceptable que un congresista afirme que pueden cerrar el Parlamento. No es la primera vez.
Ya en la época de Alberto Fujimori los pedidos se multiplicaron, sucedió el golpe que fue el origen de un gobierno corrupto y violador de los derechos humanos (ahora representado por el partido de Keiko, que a la fecha no ha deslindado públicamente con el gobierno de su padre).
Esta idea de cerrar el Congreso, que seguro Cateriano no aceptará así le nieguen las facultades por ser un demócrata cabal, se asocia a otra, que De Szyszlo también advierte: “la falta de transparencia”. Si bien se refiere al tema del espionaje de Chile, ella es fundamental en toda sociedad democrática porque contribuye a la lucha contra la corrupción. Un flagelo nacional, pero, como se sabe, se ha extendido también en otras sociedades. El ejemplo es claro y hay datos. En los países escandinavos, en Canadá y Alemania la corrupción es mínima porque hay transparencia y control ciudadano sobre las autoridades. Nos falta mucho para llegar allí, pues ello implica una reforma ética y política porque todavía impera el secretismo en el Estado, en la política e incluso en la empresa privada, una mala herencia de la Colonia. El secretismo es una característica de la burocracia y las Fuerzas Armadas son las instituciones más burocráticas de todas o de casi todas las existentes en nuestro pobre, alicaído e ineficiente Estado. Verticalidad, concentración del poder en la autoridad, del mando para hablar con mayor rigor y secretismo, es toda una cultura a la que sin duda pertenece Humala y por eso su gobierno es menos transparente, más gris si se le compara con el de Valentín Paniagua, Alejandro Toledo e incluso Alan García. De Szyszlo sentencia en este caso “todo es oculto”, como el Estado policíaco y espía de ciudadanos, agregamos.
Finalmente, nuestro pintor (y le decimos nuestro porque su obra es patrimonio cultural del Perú) sostiene que “los militares ya no se atreven a dar un golpe de Estado”. Esta es una tendencia aquí y en toda América Latina, parece que hemos llegado al fin del “péndulo del poder”, pero ojo, apareció otra modalidad golpista: la de un presidente elegido que poco a poco le va usurpando el poder al pueblo, produciendo una autocracia revestida de formas democráticas, en que el poder está concentrado en el caudillo y su cúpula. Eso lo inició Fujimori, lo siguió Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Rafael Correa y Evo Morales. Cuidado con esta tentación autoritaria.