Paola Villar S.

Una nueva semana, una nueva declaración de que nos demuestra, una vez más, la profunda desconexión de la mandataria con el sentir de la población en el ámbito nacional –basta con ver el 3% de aprobación que ostenta, que parece importarle poco o nada– y que pone en evidencia, también, la dificultad que tiene para reconocer la grave situación de pobreza en la que millones de peruanos se encuentran en la actualidad. Frente a mujeres que lideran organizaciones de ollas comunes, Boluarte dijo que, “a veces, con 10 solcitos, [las mujeres] hacemos sopa, segundo y hasta postrecito”, una cifra que hace 15 o 20 años podía haber sido cierta, pero que hoy se queda corta si se compara con el promedio que realmente se requiere en el Perú para que una persona se alimente de forma correcta (según la FAO, el monto necesario para este fin llega a cerca de S/15).

Si las circunstancias que el Perú enfrenta fueran distintas, quizás podríamos entender la frase de Boluarte como una “metáfora” con poco tino o como una manera desafortunada de abordar la lucha diaria de mujeres y familias en el país, como los miembros del Ejecutivo han querido señalar. Pero basta con observar los indicadores vigentes de pobreza monetaria –datos que dependen, en gran parte, de las políticas que puede y debe asumir el gobierno de Boluarte– para reconocer esa desconexión que se le critica a la presidenta y para cuestionar, una vez más, la falta de preocupación que su gobierno demuestra por el país que lidera.

Recordemos que, al cierre del 2023, la pobreza monetaria aumentó por segundo año consecutivo y alcanzó al 29% de la población peruana, un porcentaje que equivale a 9,8 millones de peruanos viviendo con ingresos insuficientes para cubrir sus necesidades básicas. Este indicador estaba a solo dos puntos porcentuales del pico alcanzado durante la pandemia (31%). Y es importante resaltar, asimismo, que gran parte del aumento de los niveles de pobreza en el 2023 se concentró, principalmente, en zonas urbanas: ciudades y suburbios donde el costo de vida es mayor, los recursos alimentarios propios son limitados y los programas de ayuda suelen ser menos accesibles para los más vulnerables.

Con la recuperación económica que se percibe hasta setiembre (tras la caída de la actividad en el 2023), este año se vislumbra una oportunidad para que la pobreza disminuya de forma progresiva. Pero, aunque el crecimiento económico es un catalizador clave para que la pobreza retroceda, la lucha contra esta debe ir acompañada de políticas públicas que perduren y que brinden protección a los más vulnerables en cualquier zona en la que se encuentren; un aspecto en el que se han visto pocos o nulos avances desde el Ejecutivo.

El gobierno de Dina Boluarte está a pocos días de cumplir dos años y, por ello, no puede desligar su responsabilidad del retroceso continuo que hemos visto en los diversos indicadores de pobreza en el país e incluso en el incremento de la inseguridad alimentaria. Se requieren, con urgencia, más acciones y menos “metáforas”.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Paola Villar S. es productora editorial y periodista

Contenido Sugerido

Contenido GEC