Todos tenemos, en alguna medida, una mirada distorsionada de la realidad. Cuando se trata del funcionamiento de nuestra sociedad, solemos creer que con ajustes normativos, por acá y por allá, se puede enrumbar el camino perdido. “Solo es cuestión de voluntad política”, se dice. Por ejemplo, en el Perú, se cree que podemos reducir la informalidad del 80% al 60% con una fórmula económica que no tomaría más de unos pocos años; o que los partidos políticos se renovarán en virtud de unas elecciones primarias abiertas. Algunos apuestan a que el gobierno de Dina Boluarte pasaría piola con “un buen MEF” y que el panorama hacia las nuevas elecciones se aclararía alentando una alianza de centroderecha que salvaguarde al modelo. Nos encanta proponer reformas –yo mismo llevo años contribuyendo con la lista–, pero no somos conscientes de los obstáculos, del aterrizaje de las ideas a tierra. El voluntarismo nos invade. Quizás también la ingenuidad.
Veamos un ejemplo: el retorno a la bicameralidad ha despertado entusiasmo en propios y extraños. Se parte de la premisa de que un sistema de dos cámaras traerá mayor reflexión y sensatez a la labor parlamentaria. De hecho, muchos consideran que esto ha sido “lo mejor” que ha parido el actual Congreso. Pero aún antes de implantarse, ya está generando un daño imprevisto por nuestro voluntarismo. En primer lugar, veamos el efecto de la posibilidad de una elección a senadores y diputados en el 2026 en los comportamientos de los actuales legisladores. Dada su rehabilitación, tenemos a los 130 congresistas en modo reelección. Esto los lleva a promover leyes populares a pesar de la consecuente irresponsabilidad. El nuevo retiro de AFP y la disposición de la CTS son una suerte de reflejo desesperado de los congresistas por enviar señales al electorado, aun sabiendo en el fondo que nada de ello les hará recuperar su prestigio. Sus votaciones a favor de grupos de presión organizados (minería informal, maestros sindicalizados, colectiveros) demuestran su acercamiento a redes movilizadas a las que recurrir en contextos de proselitismo. El cálculo electoral está ya instalado en el pleno, así que no deberíamos sorprendernos de una legislación para las tribunas. El trabajo legislativo –predominantemente populachero y ‘anti-establishment’– es el primer efecto inesperado de la última reforma aplaudida.
En segundo lugar, nuestro próximo Senado no será necesariamente una corte de patriarcas pensando en el futuro de nuestra nación. La posibilidad de que una sola persona pueda ser candidato a la Presidencia de la República y a la Cámara Alta simultáneamente desincentiva la articulación de alianzas interpartidarias y solidifica la hiperfragmentación. ¿Para qué ceder una candidatura presidencial si esta puede ser a la vez un motor de campaña para un “premio consuelo” senatorial? Así, cada uno de los 27 jefes partidarios de las organizaciones ya inscritas (y las que aparecerán) tendrán más alicientes para la candidatura propia, pues un 5% de votos válidos en el ticket presidencial puede ayudar a su respectiva lista al Senado a pasar la valla electoral y colocarlos en una curul senatorial. ¿Se imaginan un colegiado de senadores-como-consuelo conformado por César Acuña, José Luna, Verónika Mendoza, Guido Bellido, entre otros minicandidatos presidenciables que seguramente no pasarán a la segunda vuelta pero sí a la Cámara Alta?
De hecho, tal como está diseñado, están las condiciones para un Senado irreflexivo, pues los acuerdos de sus integrantes no serán contrastados ni consensuados con diputados, según dispone el cambio constitucional. Estamos ante una Cámara Alta que, además, no podrá disolverse, así que no tendrá reparos en chocar con el Legislativo si es que este no tiene una mayoría que lo impida. Además, si se mantiene la alta fragmentación y polarización política, un candidato presidencial radical tiene altas chances de obtener entre un 10% y un 15%, lo que puede arrastrar a su lista al Senado. Aunque quizás no pase al ‘ballotage’, proyectos políticos de este tipo pueden fácilmente convertir este nivel de votos en 6 o 7 senadores; es decir, bancada propia de extremistas (ya sean de izquierda o de derecha). Recordemos que Antauro Humala en los comicios parlamentarios complementarios del 2020, con apenas un 6% de los votos, llevó a un 10% de representantes congresales (13 integrantes de UPP). ¿Cuántos senadores etnocaceristas nos esperan aun cuando el candidato presidencial de A.N.T.A.U.R.O. no consiga competir en el ‘ballotage’?
La enorme desconfianza que despiertan los actores políticos contrasta con la desmedida confianza en el alcance de las reglas de juego. La paradoja es que los actores están en capacidad de manipular las reglas a su beneficio (inclusive las más virtuosas), y que ni siquiera las mejores reglas podrán transformar significativamente a los actores más perjudiciales. Si bien, en teoría, reformar las reglas está al alcance de cualquier bien intencionado tecnócrata, siempre nos chocaremos con actores displicentes para cambiar el ‘status quo’ que lastima a las mayorías y solo favorece el cortoplacismo de quienes ostentan el poder. Una presidenta que aspira a lucir una joya frente al espejo de sus miserias, un ministro a llegar a fin de mes, un congresista a su séquito de colaboradores a quienes “mochar” el sueldo, no son pues los actores con el orden de las preferencias correctas para diseñar y operar un nuevo rumbo para el país.
Tenemos una lista de reformas haciendo fila: para disminuir la informalidad, mejorar la representación partidaria, aspirar a entrar a la OCDE... pero quienes están encargados de llevarlas adelante priorizan la jugosa consultoría, la designación de “notable” y el viajecito en primera a Europa. La frivolidad por encima de la causa, las miserias individuales por encima de las razones de Estado y, quizás, la cutra por debajo de la mesa. Mientras contados esfuerzos colectivos se articulan para mirar la realidad con vocación de cambio, las estructuras sociales que hemos construido con nuestros prejuicios polarizantes seguirán socavando nuestras propias buenas intenciones. No hemos llegado a un punto de no-retorno, pero retomar la ruta abandonada hace aproximadamente una década será muy costoso. No perdamos las ilusiones, pero sí la inocencia.