Mario Saldaña

Desde el 2016 hasta la fecha, y a tono con la grave crisis de representación política de la que aún no salimos, ha habido varios términos que han devenido dominantes: vacancia, cierre del , voto de confianza, incapacidad moral, fraude electoral, etc.

Hoy quiero detenerme en uno que cada vez me llama más la atención por las dudas (y acaso temores) que me suscita: . No tengo el espacio para una reflexión histórica o dogmática sobre el concepto, por la acepción que le dieron y el debate que generaron en las ciencias políticas pensadores como Weber, Habermas, Locke o Rousseau.

Me preocupa el facilismo, cada vez más frecuente en nuestro medio, de asociar la idea de mucha o poca legitimidad con los resultados de sondeos de opinión, por ejemplo, de la presidencia o del Congreso. Si las personas arriba mencionadas supieran que su aporte académico sobre el término hoy se vincula a los reportes mensuales de empresas como Ipsos, Datum, IEP o CPI, se volverían a morir del impacto.

Por ende, vale la pena hacerse algunas preguntas: ¿cuándo una autoridad o un órgano de poder del Estado pierde o gana legitimidad? ¿Quién o quiénes determinan esa mayor o menor legitimidad? ¿Las encuestas? ¿A partir de qué porcentaje de aprobación o desaprobación un presidente o una autoridad elegida pasa a ser más ilegítimo que legítimo y, por lo tanto, debe irse?

Aterricemos en el caso actual. Tenemos una presidenta que a duras penas supera los 15 puntos de aprobación y un Congreso que no supera el dígito (según alguna encuestadora y, en ambos casos, por factores perfectamente explicables y lógicos).

¿Son el y el Congreso peruanos actuales ilegítimos por esos resultados? ¿Ambos deben irse por ilegítimos o por otras razones?

Y sigo. Digamos que se alcanzan los votos, se logra una masa crítica (algo muy poco probable en nuestras actuales circunstancias porque, al parecer, el adelanto electoral ya no es funcional para nadie) y tenemos elecciones generales en el 2024.

Pero resulta que en marzo del 2025 volvemos a tener un Legislativo con 6% de aceptación y un presidente con menos del 20%. ¿Perdieron legitimidad? ¿Deben irse? ¿Nuevas elecciones?

Si solo miramos los efectos y no las causas de nuestra disfuncionalidad política, incurriremos una y otra vez en los mismos errores sin hallar soluciones.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Saldaña C. es periodista