Una de las principales causantes de nuestro desmoronamiento político es la falta de representatividad. La mayoría de los actuales congresistas tienen nula trayectoria (solo nueve cuentan con experiencia congresal previa y 102 no registran cargos anteriores de elección popular), poca formación política o actúan sin control. ¿Cómo se entiende, por ejemplo, que congresistas –dizque educadores de profesión– impulsen leyes de creación de universidades sin sustento, bachilleres “técnicos”, repongan a docentes en plazas sin concurso de méritos y se alíen con millonarios mercaderes de la educación para debilitar a la Sunedu?
¿Qué ha pasado hoy con aquellas canteras que antes –con sus imperfecciones– garantizaban un mínimo de idoneidad, transparencia y control de nuestros representantes? ¿De dónde venían los congresistas de antaño? Pues las principales canteras eran, en primer lugar, los partidos políticos que tenían vida orgánica e institucionalidad, que incluían la formación política y cierto control interno que garantizaba que la mayoría de los representantes respetara lo que los votantes habían elegido apoyando las principales líneas programáticas del partido.
Desde 1990 ha desaparecido esta cantera y los partidos se han convertido en espacios que congregan intereses cuestionables y a grupos de interés con nula capacidad o disposición de pensar en el país. En segundo lugar, las iglesias cumplían un rol importantísimo en la formación de ciudadanos y activistas políticos. Hace más de una década realizamos una investigación con el antropólogo Iván Mendoza sobre líderes populares en Lima. Una de las cosas que compartía la mayoría era que habían iniciado su vida pública en las parroquias de sus barrios. Y uno de los principios esenciales que les inculcaron era la ética y el compromiso hacia los demás.
Una tercera cantera eran las organizaciones de la “sociedad civil”, incluyendo a los sindicatos, las organizaciones populares de bases y las ONG, que lograron modernizar las temáticas y reivindicaciones políticas, ampliando los públicos, y que introdujeron en su quehacer estrategias que incorporaban a la ciudadanía en la acción política, como el cabildeo, la agencia, la movilización, la presión y la abogacía. Y no tengo espacio para hablar de una cuarta cantera: el mundo académico y cómo fomentaba el debate político. Tuve como maestros o colegas a Javier Diez Canseco, Valentín Paniagua, Enrique Bernales, Henry Pease; políticos y parlamentarios con ideologías diferentes, pero de trayectorias íntegras y transparentes.
La polarización, el autoritarismo y la mercantilización han incidido en negarle legitimidad a estos espacios. Hoy sospechamos del contrincante y no dialogamos, cuestionamos la acción colectiva que no sea propia (terruqueando, por ejemplo). Sin canteras que formen, la política se ha transformado en un medio de lucro personal y está a un paso de ser anómica, matando a la representación.