Gonzalo Banda

Los congresistas pueden convertir al salón Porras Barrenechea –donde funcionará el Senado– en un salsódromo cuando les plazca. Pueden apropiarse del salario de sus trabajadores, gastar en viajes frívolos y pasar rendiciones de cuentas descaradas, aprobar reformas que fortalecen al crimen organizado y debilitan el combate contra la delincuencia, y saben que nadie va a tocarlos. Pero si la gente los insulta en la calle, los saca a empellones de una institución educativa como sucedió con María Agüero en Arequipa hace unos días, inmediatamente, los voceros y las bancadas se rasgarán las vestiduras y pedirán respeto por la institucionalidad del Parlamento.

Algunos, como Danilo Martuccelli, piensan que en el Perú las formas ya no pueden contener a los individuos ni a los colectivos y que eso ha parido a una sociedad “desformal”. No pienso que el Perú no tenga formas que contengan a los individuos ni a los colectivos. Pienso que las formas y las instituciones que reinan en el Perú contemporáneo han reemplazado el orden de las reformas liberales truncas de los 90, por un nuevo orden, con instituciones y formas caóticas y patrimonialistas, pero orden, al fin y al cabo.

Las mafias del crimen organizado, los narcotraficantes, los mineros ilegales, los extorsionadores, los grupos económicos que forman cárteles para ejercer una posición abusiva de dominio, los políticos que no responden a los electores tienen instituciones y formas que han ido emergiendo de los vestigios de un orden liberal trunco.

En este nuevo orden, los actores políticos ya no se sienten seducidos por el poder en sí mismo, sino que han configurado unas instituciones decadentes para hacer crecer su patrimonio de la manera más rápida posible. Es un orden predatorio. Si el autócrata de otros tiempos quería reunir todo el poder para gestar una revolución, ahora solo conquistan el poder por parcelas, sin buscar una hegemonía total, con el fin de acrecentar sus rentas. Los nuevos rostros del ‘establishment’ político son personajes que buscan apoyarse en estos arreglos preventistas como los Acuña o los Luna. No es personal, son solo negocios. Los políticos han modelado las formas a su conveniencia y ese orden caótico es propicio para que el narco y las mafias crezcan como mala hierba.

En su último libro, Anne Applebaum precisa que detrás de los autócratas modernos se esconde una red gigantesca de negocios y flujos financieros destinados a exportarse entre naciones en las que pueda florecer. Contrariamente a los vaticinios más ideologizados de la guerra cultural, las batallas más importantes de la política contemporánea son por el control de estas redes de tráficos y economías ilegales. Nuestro Congreso, políticos, mafias, mineros ilegales han configurado un nuevo orden que ha aprovechado la debilidad del vínculo del Estado con el ciudadano de las reformas liberales truncas y ha secuestrado el interés general.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Gonzalo Banda es analista político

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