En un reciente artículo, el embajador Manuel Rodríguez Cuadros afirma que el último informe del “Panorama social para América Latina”, elaborado por la Cepal, muestra que los pobres han aumentado en la región a 17 millones y los pobres extremos a 26 millones. Estos datos son anteriores a los estragos que está causando el COVID-19.
Según Rodríguez, para el Perú la Cepal anticipó un aumento de la pobreza. Ella ha crecido, en su estimación superior en Lima, la costa y la sierra. Quienes sufren el impacto de la pandemia en términos económicos, sociales y sanitarios son el 72% de los pobres y la clase media de bajos ingresos.
Ante esta realidad el autor, entre diversas alternativas para enfrentar esta grave situación, plantea un pacto económico y social entre la minería, el medio ambiente y la vida de los pueblos. Además propone con urgencia el establecimiento de una renta básica universal que incluso absorba sin burocracia los actuales programas de transferencia directa como Juntos y Pensión 65.
En realidad no hay que ser especialista para darse cuenta de lo que se vendrá a raíz del coronavirus en nuestro país y nuestro continente. Por ello, creo que el impuesto de solidaridad a las grandes fortunas es más necesario que nunca para combatir la pobreza y fortalecer la democracia. Sobre esto último, como dice la científica social Wendy Brown en “El pueblo sin atributos”, si bien “la democracia no necesita de una igualdad social y económica absoluta, no puede soportar extremos grandes y fijos de riqueza y pobreza, porque socavan la obra de legislar en común”.
Bien se ha dicho que la solidaridad es un acto individual. Esta palabra viene del latín ‘sodalis’, que significa ‘amigo’. Así usted es solidario con su amigo necesitado. Porque lo quiere se desprende de lo suyo para regalárselo. No le cobra intereses, como hacen los bancos, porque hay afecto. Esta es una solidaridad subjetiva.
Pero este tipo de solidaridad es de corto alcance. Por eso es necesario otro tipo de solidaridad cuando, producto de una desgracia, la mayoría de los seres humanos o continuarán en la pobreza o caerán en ella, luego de haber experimentado una mejoría por el crecimiento económico de los últimos años. Pero como sabemos, crecimiento no es desarrollo, sobre todo cuando hay una fuerte concentración de la riqueza en minorías. Ese otro tipo de solidaridad es la estructural, objetiva, independiente de la voluntad del sujeto. Es una solidaridad basada en la idea de que una sociedad no puede seguir teniendo pobres, abandonados en su tierra.
A esta solidaridad se le llama justicia social. Consiste en lograr un sistema que no sea arbitrario y sea simétrico. Ello solo lo puede lograr el Estado, en representación de toda la nación. Lo hace poniendo impuestos a las grandes fortunas para que su dinero contribuya a la solidaridad pública, sobre todo para sacar de la pobreza a los más pobres. ¿Y qué hay de malo en eso? ¿Los ricos, los supermillonarios no quieren pagar impuestos? Eso no lo podemos saber a ciencia cierta. Pero los pagan porque el Estado tiene una política de recaudación.
Ahora bien, lo que está pidiendo este gobierno a los más ricos es que sean solidarios, con un impuesto adicional que contribuirá a paliar la situación de pobreza de millones, porque incluso cuando la pandemia haya desaparecido –esperemos lo más pronto posible– no se llevará a la pobreza. Ella permanecerá e incluso se agudizará porque algunos negocios desafortunadamente no podrán resurgir y se perderán trabajos.
Después de la pandemia el mundo no será el mismo, habrá un cambio de paradigma. Ese cambio de paradigma consiste en seguir construyendo, sobre lo existente, otro tipo de sociedad más solidaria y menos egoísta. Para ello hay “que hacer políticas más incluyentes y eficaces” como dice Ricardo French-Davis, destacado economista de la Universidad de Chicago en “La República”.
A los ‘super rich’ peruanos les pido que, a pesar de ese impuesto solidario, que espero el Gobierno aplique, sigan invirtiendo y apostando por el Perú, porque el país los necesita. Den trabajo, colaboren y protesten menos. Deberían seguir el ejemplo de esos superricos norteamericanos que le han pedido al Estado que le pongan más impuestos para ayudar.
Como sugiere una caricatura de Otra Vez Andrés. Una raya menos al tigre no le hace daño, porque sigue siendo tigre.
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