El COVID-19 ha reabierto un conflicto histórico que en épocas de relativa estabilidad social no se percibe: el de la política y la ciencia o, con mayor rigor, el de los políticos y los científicos. El conflicto entre el poder y el saber.
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Soy de los que creen que la política debe adecuarse al saber y a la ética. En el primer caso, porque una decisión política sin fundamento científico puede causarle un daño enorme a los pueblos al producir efectos colectivos que afectan la vida de todos. En el segundo, porque si los políticos se corrompen, el ejercicio del poder no servirá a todos, sino a una camarilla que lo utilizará para enriquecerse y hacer píngües negocios con los recursos del Estado.
El sociólogo alemán Max Weber, que falleció hace 100 años, reflexiona sobre ambos temas en sus trabajos “La política como vocación” y “La ciencia como vocación”.
Sobre la primera, escribe: “Los que actúan en política luchan por el poder, bien como medio para servir a otros fines, ideales o egoístas, o bien como el poder por el poder; es decir, a fin de disfrutar de la sensación de prestigio que proporciona el poder”. Sobre la ciencia, por otro lado, señala: “Todo trabajo científico presupone la validez de las reglas de la lógica y el método, que constituyen nuestra base general de orientación en el mundo”. Y luego agrega un concepto que cobra vigencia en este contexto: “consideramos la medicina moderna una tecnología práctica muy desarrollada desde el punto de vista científico. La ‘presuposición’ general de la labor médica tiene por objeto conservar la vida como tal y disminuir el sufrimiento como tal, en el grado más elevado posible”.
Como es evidente, si la política y la ciencia se juntan cumplirán con ese grado elevado –que es, además, ético–, pues si el fin de la política es servir al ciudadano, el de la medicina es preservar la vida. Y la vida es el principal derecho humano. En ningún caso, la vida puede ser considerada como un dato. El fin es el bienestar del ser humano, y tanto la política como la ciencia deben estar a su servicio.
La política tiene un ritmo, el de la inmediatez: la acción del político es pragmática, porque debe resolver problemas urgentes. Por el contrario, el ritmo del científico es más reflexivo, porque tiene que experimentar y probar que su metodología puede funcionar.
Cuando en una oportunidad le pregunté a un expresidente si estaba de acuerdo con un Instituto Nacional de Planificación, me dijo que sí, porque en política a veces se toman decisiones muy rápidas con la intención de resolver una serie de demandas y que necesitamos de gente más pausada que se dedique a pensar. Algo así como el Concytec, que de aquí en adelante debería tener un mayor presupuesto, y lo mismo los diversos institutos universitarios de investigación.
No obstante, hemos visto cómo algunos presidentes y otras autoridades han desdeñado las recomendaciones de los médicos, especialmente las de los epidemiólogos, sobre las medidas que deben tomarse para protegernos del coronavirus. Incluso se han animado a recomendar públicamente el consumo de ‘medicamentos’ que no curan el COVID-19.
No hay otra salida que no sea la vacuna. Lo mismo sucede con la economía. La realidad nos ha demostrado que “El Perú está Calato”, como sostienen Carlos Ganoza y Andrea Stiglich. Y lo estamos porque no hemos sabido superar una serie de trampas, como la de “la baja productividad, que se combina con la trampa de la informalidad para frustrar las espectativas de progreso de la gran mayoría de peruanos que han sido marginados de las oportunidades de mejora material, situación que en el nuevo entorno se hará más aguda”.
Esta es una verdad, no desde la ciencia médica, sino desde las ciencias sociales, que algunos exégetas del neoliberalismo no quieren aceptar porque están ideologizados y la ideología es todo lo contrario a la ciencia.
Nuevamente, la ciencia contra el poder, pero esta vez contra el poder económico.
Hay que seguir las recomendaciones basadas en la lógica y en la metodología de la ciencia, sobre todo en la hora actual, para tomar decisiones políticas acertadas.
Por algo decía el filósofo inglés Francis Bacon: “Saber es poder”.