Diego Macera

La receta exacta del sostenido es un secreto que los economistas aún no llegan a descifrar del todo. Parece que la fórmula mágica varía algo en diferentes latitudes y en diferentes momentos. Sin embargo, hay algunos ingredientes que están siempre presentes: una base de responsabilidad macroeconómica, dosis generosas de libertad de emprendimiento y de trabajo, promoción de la competencia para que no se malogre rápido el potaje e infraestructura al gusto son algunos de los insumos claves.

De lo que sabemos, la confianza en un buen desempeño de la es también una variable indispensable. Si familias y empresas piensan que la cosa viene mal, aguantarán consumo e inversiones hasta que el panorama mejore. Esto tiene un efecto de profecía autocumplida.

Por eso ha sido una noticia interesante los últimos resultados de la Encuesta Mensual de Expectativas Macroeconómicas del BCRP, publicada la semana pasada con información recogida a finales de marzo de cientos de empresas a nivel nacional. La confianza de la economía a tres meses se situó, por primera vez desde abril del 2021, en terreno positivo. Si bien el indicador está apenas por encima del nivel neutral y pocos puntos de cambio mensual no deberían ser motivo de demasiado entusiasmo, la trayectoria es lo que importa, y superar la barrera psicológica del terreno negativo no es poca cosa.

Quizás más relevante aún es que los 12 indicadores de expectativas –incluyendo la contratación de personal a tres meses y la inversión de la empresa en ese mismo período– también pasaron al campo optimista. Eso no sucedía desde el 2019. En otras palabras, por lo menos en lo que respecta al optimismo empresarial, este sería el mejor momento de los últimos cinco años. El sector que mejor posicionado se encuentra aquí –luego de un muy mal 2023– es la manufactura, con buenas perspectivas de contratación e inversión.

Entre las familias, la información es similar. En febrero, el Índice de Confianza del Consumidor (Indicca), de Apoyo Consultoría e Ipsos, llegó a su mejor nivel desde febrero del 2020. Un fenómeno de El Niño menos intenso de lo anticipado, la reversión de los golpes económicos inesperados del 2023 y la vuelta a la normalidad de la inflación son parte de la explicación.

Por supuesto, estas mejoras en el estado de ánimo de las empresas y familias son todavía frágiles. Si suben los decibeles de los escándalos políticos, por ejemplo, se puede volver inmediatamente a los niveles de años anteriores. Y, con la data disponible, es posible argumentar que el crecimiento esperado para el primer trimestre del año no será particularmente llamativo como punto de partida de la recuperación económica. Lo más probable es que se ubique cerca de apenas 1% en comparación con el primer trimestre del 2023 (que, de por sí, fue bastante malo).

La confianza, de hecho, debería ser apenas el inicio del proceso de consolidación económica. Otros indicadores deben acompañar para gatillar el círculo virtuoso confianza-inversión. Pero no se puede construir confianza sostenida sobre un optimismo ingenuo o irracional ni sobre meros mensajes de aliento del Ministerio de Economía y Finanzas; se necesitan acciones o, por lo menos, algún nivel de garantía de estabilidad. Proyectos enormes en irrigación, minería, infraestructura, energía, entre otros, esperan las decisiones del Gobierno para poder avanzar. No esperarán indefinidamente. Mayores irresponsabilidades del Congreso también minan las expectativas.

Si logra pasar el bache actual, las circunstancias parecen haberle concedido a este gobierno algún aire adicional con el que aspirar a culminar de forma adecuada el último tramo de su administración en términos económicos. Pero, para algunos, la receta de la buena gestión pública puede ser incluso más misteriosa que la del crecimiento económico sostenido.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Diego Macera es director del Instituto Peruano de Economía (IPE)