Diego Macera

En teoría de subastas hay un fenómeno popularmente conocido como la “”. La lógica es simple. En una subasta tradicional –en la que gana el postor de la oferta más alta–, con suficientes participantes e información incompleta sobre lo que se está subastando, es muy posible que el ganador esté pagando de más. Imaginemos, por ejemplo, la subasta de un campo petrolero sobre el que se sabe poco de la cantidad real de hidrocarburos que contiene. La feliz empresa ganadora bien podría darse con la terrible sorpresa de que el resto de los participantes tenía razón en valorar mucho menos ese mismo campo.

Pero en el se cultiva otro estilo de la “maldición del ganador”, uno más elemental. Este consiste, en resumen, en hacer más difícil el trabajo de quien sea que esté haciendo las cosas bien. Los casos abundan. Se pueden tomar, por ejemplo, la Ley de Promoción Agraria (LPA). Aprobada hace más de dos décadas, la norma fue un pilar fundamental en el ‘boom’ agroexportador que permitió al Perú estar entre los primeros exportadores globales de espárrago, uvas y arándanos, entre otros alimentos.

Eso significó no solo más inversión y divisas, sino también más trabajo. De hecho, la agroexportación fue el sector que más empleos en planilla creó en los últimos años y estos estuvieron mucho mejor remunerados que el promedio agrícola. De acuerdo con el estudio de Renzo Castellares y Omar Ghurra, del Banco Central de Reserva (BCRP), “en el largo plazo la LPA habría aumentado los ingresos de los trabajadores formales entre 52% y 115%”. ¿Cuál fue la respuesta, entonces, de parte del Congreso de ese momento ante el éxito del sector? Buscar mecanismos que lo hagan menos dinámico, y eso fue lo que hizo en diciembre del 2020. En cierto sentido, en donde aplica la “maldición del ganador”, la agroexportación ganó demasiado protagonismo para su propio bien.

La misma reflexión se puede hacer para el crecimiento empresarial. Bajo el sistema peruano actual, una empresa a la que le va bien y empieza a captar cada vez más clientes se topará pronto con obstáculos administrativos, laborales y tributarios que hacen muy cara su expansión. La contratación de su trabajador número 21, por ejemplo, le costará entre el 5% y el 10% de sus ganancias anuales, porque es a partir de entonces que arranca la repartición de utilidades entre trabajadores. ¿Qué incentivos tendrá entonces la empresa emergente para contratar a un trabajador adicional tan costoso? Muy probablemente, perderá plata con esa contratación, aun si el trabajador es muy productivo. Lo mismo sucede con esa venta adicional que empujará a la compañía por encima del umbral a partir del cual se empieza a pagar un 29,5% de impuesto a la renta. En suma, la empresa que crece aquí, en vez de beneficiarse ella y sus trabajadores, es víctima de su propio éxito.

La solución es obvia. Si hay sectores o empresas que crecen y a los que les va cada vez mejor, lejos de penalizar su progreso, debe promoverse su expansión continua y tomarse las lecciones que hicieron posible su despegue para intentar emularlas en otros destinos. Hoy, nuestra versión criolla de la “maldición del ganador” es uno de los grandes obstáculos para dinamizar la , y se repite en cualquier empresa o sector que destaca, con presiones políticas para jalarlos hacia abajo. La diferencia con la maldición original es que en estos casos el castigado no es el que calculó mal su apuesta, sino precisamente el que la calculó bien.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Diego Macera es director del Instituto Peruano de Economía (IPE)