La confianza de los estadounidenses en sus universidades se ha desplomado merecidamente en años recientes. Se trata de la manera en que estas instituciones promocionan la diversidad y cómo ese esfuerzo ha creado un ambiente universitario antiliberal que tiene repercusiones en las instituciones más importantes del país y más allá de las fronteras nacionales.
En el 2015, dos académicos que se consideran de centroizquierda advirtieron acerca del emergente problema en un artículo clarividente que luego lo convirtieron en un libro importante (“The Coddling of the American Mind”). Describieron cómo las universidades –especialmente las universidades de élite– empezaron a mimar a los alumnos y a crear políticas que alentaban una sensación de victimismo e indefensión ante problemas reales e imaginarios.
Esto ocurría en un contexto en el que la lucha contra la discriminación y a favor de la diversidad se hacía basada en novedosas ideas acerca de la justicia y el racismo. Las políticas identitarias enfatizaban la opresión que ciertos grupos ejercían sobre otros y promovieron una hipersensibilidad a afrentas reales y percibidas que requerían una vigilancia de la expresión y la actitud no solo de aquellos que mostraban un comportamiento realmente reprochable, sino también de aquellos que no necesariamente compartían la ideología colectivista y de izquierda que animaba buena parte de esas políticas.
Los autores documentaron cómo, de esa manera, la cultura de la cancelación afectó a cada vez más alumnos y profesores que no compartían la misma ideología. En los campus universitarios se redujo la libertad de expresión, se incrementó la autocensura y se enfatizaron las diferencias grupales en vez de las similitudes universales. La ONG FIRE documentó que entre el 2014 y el 2022 hubo 877 intentos por parte de las universidades de sancionar la libre expresión de académicos. La mayoría fueron sancionados.
Los alumnos que se graduaron entre los últimos 10 y 15 años se han incorporado a las corporaciones, los medios de comunicación, las agencias del Estado, las ONG y otras instituciones de la sociedad donde han traído consigo ese cambio cultural. Esto también ha extendido la cultura de la cancelación y la conformidad con la ideología identitaria.
Luego del ataque terrorista de Hamas en Israel el pasado octubre, hubo protestas en contra de Israel en varios campus universitarios. Cuando en un testimonio en el Congreso se le preguntó a la presidenta de Harvard si un llamado al genocidio de judíos violaría las políticas de la universidad y esta no pudo contestar que sí, la hipocresía de la universidad en cuanto a la equidad fue expuesta, pues las mismas universidades regularmente sancionan a alumnos y facultad por infracciones mucho menores como, por ejemplo, opinar que solo existen dos sexos.
Para muchos observadores eso fue también muestra de antisemitismo y el resultado lógico de un pensamiento que borra al individuo y divide el mundo entre grupos opresores y oprimidos. Esto ha hecho que muchos académicos resalten la importancia de la libertad de pensamiento en las universidades.
Steven Pinker de Harvard, por ejemplo, explica que muchos ataques a la libertad académica vienen de “una burocracia floreciente que se autodenomina diversidad, equidad e inclusión, mientras que impone una uniformidad de opiniones, una jerarquía de grupos de víctimas y la exclusión de los librepensadores”.
El columnista David French del “New York Times” observa que “en nombre de la diversidad, equidad e inclusión, demasiadas instituciones han violado sus compromisos constitucionales con la libertad de expresión, el debido proceso y la igual protección de la ley”. Ofrece varios ejemplos en universidades que reciben dineros públicos, como el obligar a profesores a apoyar la agenda identitaria.
Ayer se celebró el aniversario del nacimiento de Martin Luther King Jr., quien creía en una sociedad daltónica. Es hora de volver a su visión y dejar atrás la ideología identitaria antiliberal que está causando una crisis moral en las universidades y más allá.