Como ha sucedido en otros lugares, es probable que al finalizar la larguísima cuarentena que el Gobierno le impuso –sobre todo– al sector formal del país, se incrementen el número de contagiados y fallecidos. Las aglomeraciones que se están produciendo en el transporte público y otros lugares auguran esa consecuencia.
En realidad, era inevitable. La cuarentena sirvió solamente para ralentizar la expansión de los contagios, pero no para aislar a los infectados e impedir la propagación del virus. No había recursos para hacerlo y la ineptitud del Gobierno agravó la situación provocando concentraciones y tumultos que eran previsibles.
PARA SUSCRIPTORES: Suspensión perfecta, por Mario Ghibellini
Por eso, la estricta inmovilización era absurda y contraproducente, porque no podía evitar la difusión del COVID-19 y destruía la economía. La consecuencia de esto será, como ha recordado Hernando de Soto, que morirá más gente por la crisis económica que por el coronavirus (Radio Exitosa, 1/7/20).
Ahora, las consecuencias del desastre económico se enlazarán con las tendencias políticas populistas que se venían manifestando con creciente impulso antes de la pandemia. De hecho, el actual Congreso –producto de la ilegal decisión del presidente Martín Vizcarra de disolver el anterior con el apoyo de la coalición que lo respaldó, no hay que olvidarlo– ha dado suficientes muestras de desenfreno populista que está quebrando las bases de las políticas que permitieron el crecimiento de la economía durante las últimas tres décadas.
Y el presidente, para no quedarse atrás, trata de superar al Congreso, como hizo con su reciente amenaza de expropiar las clínicas privadas; un gesto con el que solo buscaba ganar popularidad. El número de camas UCI disponibles en el sector privado en Lima es reducido –nueve, según una versión; 15, según otras fuentes– y, más importante que estas, es la atención previa, cuando los pacientes están al inicio de la enfermedad, porque cuando llegan a la UCI las posibilidades de sobrevivir son menores. Como resumió Juan José Garrido, a “Martín Vizcarra le preocupa él, solo él y nada más que él”. (El Comercio, 28/6/20).
A despecho de los pronósticos infundadamente optimistas del Gobierno y de sus corifeos, las perspectivas son oscuras por esta tóxica combinación de profunda crisis económica y populismo, teniendo en cuenta que el próximo año habrá elecciones generales.
La incertidumbre total que existe ahora sobre los posibles resultados será un factor importante que contribuirá a pasmar las inversiones nacionales y extranjeras, indispensables para revitalizar la economía y crear empleo (ver, por ejemplo, Carlos Prieto, “Recuperación económica incierta y rebote engañoso. Para que la clase media retorne al tamaño que tenía en el 2019, pueden transcurrir cinco largos años”, “Gestión”, 2/7/20).
Hoy en día nadie sabe qué proponen los candidatos que aparecen en los primeros lugares en las encuestas. Peor aun, ninguno de ellos tiene la más mínima institucionalidad que lo respalde. Carecen de partido y de equipo de gobierno. Tampoco poseen trayectorias prolongadas en la política, ni en la actividad profesional, ni en el manejo de la cosa pública, que permitan una evaluación de sus competencias.
Además, hay que tener en cuenta que, en el Perú, usualmente los candidatos que aparecen en los primeros lugares nueve meses antes de la elección no son los que finalmente triunfan, lo que añade otra dosis de incertidumbre al posible resultado.
Los pocos partidos políticos –a los que se puede llamar así– que aún subsisten, están divididos y sin liderazgos claros.
En realidad, el próximo año va a ganar un candidato atractivo para el electorado, no un partido, ni un programa de gobierno, ni una ideología. La posibilidad de que ese candidato sea un populista que prometa el paraíso a la vuelta de la esquina es muy alta. Con lo que no solo no habría recuperación de la economía en tres o cuatro años, como estiman los economistas prudentes, sino que se hundiría al país en un abismo insondable por mucho tiempo.
¿Qué están haciendo los que vislumbran los peligros y amenazas que se ciernen sobre el país? Que se sepa, nada o muy poco. En verdad, muchos confían en que milagrosamente las cosas no serán tan malas y que los intereses particulares podrán acomodarse con cualquiera que venga. Una apuesta arriesgada, considerando lo que está en juego.
Existen en el país políticos y profesionales honestos, experimentados y capaces. Deberían concertar y unir esfuerzos para evitar la catástrofe que nos amenaza.
Otrosí digo. Arturo Salazar Larraín fue un periodista ejemplar. Luchó sin descanso por sus convicciones, no se dejó aplastar por las dictaduras, no lo corrompieron las mieles del poder y siempre conservó el buen humor y la bonhomía que lo distinguían. Condolencias a sus familiares.