Para sostenerse, la economía necesita de dos columnas fundamentales. Por un lado, está la política monetaria, a cargo del Banco Central de Reserva (BCR), cuyo mandato constitucional es evitar que la inflación haga que el sol peruano pierda su valor. Por el otro, está la política fiscal y la responsabilidad del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) de decidir en qué y cómo se gasta, promoviendo el crecimiento de la economía y el desarrollo del país.
El BCR está haciendo lo que puede. En una nueva señal de que no tolerará el alto nivel de la inflación, que cerró en su mayor nivel en 13 años en el 2021, este jueves volvió a subir agresivamente la tasa de interés de referencia en 50 puntos básicos a 3%.
El ente monetario ha cambiado su lenguaje y ahora habla de “normalización de la posición de política monetaria”. Esto significa que, como muchos bancos centrales del mundo, está ya en el proceso de retirar los agresivos estímulos que puso en marcha en el 2020 para impulsar el crecimiento de la economía y que estamos en un escenario de incremento de los costos de financiamiento para quitarle oxígeno al incremento de precios.
El MEF, por su parte, parece dormido en los laureles de las cifras del año pasado, encantado con el hecho de que los datos muestran, a primera vista, que la economía, la inversión privada y pública, y la recaudación no se desaceleraron todo lo que las expectativas y las terribles señales del gobierno de Pedro Castillo hacían temer que caerían.
Lo cierto es que hay que poner esos resultados en contexto: un sol en diciembre del 2021 vale mucho menos que a inicios de ese año por el alza del tipo de cambio y la inflación. Todos los resultados del año pasado se pueden interpretar como un rebote casi inevitable luego del derrumbe del 2020 y los altos precios de los metales, que fueron una bendición para el país.
Más allá del importantísimo impulso a la vacunación y la restitución de los beneficios tributarios a los sectores acuícola y forestal –no exenta de críticas–, el Gobierno no puede listar medidas en los primeros cinco meses de gobierno que hayan tenido como norte impulsar la inversión privada, el principal motor del crecimiento económico y del empleo.
Más bien, nos faltaría espacio para reseñar los intentos de retroceso en las pocas reformas en marcha en el país y los continuos escándalos que siguen alimentando la inestabilidad política y nos impiden ver el futuro con claridad, más aún en un año de elecciones en gobiernos regionales y locales.
Lo preocupante es que el espacio para que las cosas sigan más o menos bien sin que se tomen medidas concretas es cada vez más estrecho. Con menos liquidez en el mercado y costos de financiamiento más altos, se hará más complicado el avance de la inversión privada, cuyas perspectivas ya son bastante sombrías, y, por lo tanto, de la economía y el empleo.
Muchos bancos centrales, como la FED en Estados Unidos, están retirando sus estímulos con la confianza de que la recuperación de su economía y de su mercado laboral son suficientemente robustas. Por estos lares, lamentablemente, tenemos que cruzar los dedos y esperar o urgentes cambios en puestos claves en el Gobierno antes de que sea tarde o que la economía peruana nos vuelva a sorprender con su admirable resiliencia.
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