¿Cuánto dura la convicción presidencial? Hace solo dos meses, Pedro Castillo anunció un referéndum para una nueva constitución, presentó un proyecto de reforma constitucional para instalar una asamblea constituyente, su presidente del Consejo de Ministros acusaba a la Constitución de ser la responsable del alza de precios y relataba que en los consejos descentralizados la población pedía el cierre del Congreso. Retomaba, así, con furia la agenda maximalista que ya había intentado con Guido Bellido como jefe del Gabinete, para luego desembarcarlo y optar por una Mirtha Vásquez para la que “el momento constituyente” estaba lejano en el tiempo y no era prioritario.
El propio Aníbal Torres, su sucesor, comenzó con aires conciliatorios hasta que las movilizaciones de abril contra el alza de precios llevaron al Gobierno a sacar nuevamente la espada de la asamblea constituyente y la amenaza del cierre del Congreso. Sin embargo, ya desde hace dos o tres semanas ese discurso se ha apagado. El presidente viajó a la Cumbre de las Américas hace poco más de una semana y allí se declaró aliado de la inversión privada. Seis días atrás, le dijo a un periodista de canal 7 que traía saludos del presidente estadounidense Joe Biden, que no va a cerrar el Congreso, sino las brechas del país, llamó a trabajar juntos y refirió que se quitó el sombrero como un llamado a la unidad, para significar que era presidente de todos los peruanos.
Acaso como demostración fáctica de ese giro, retiró al ministro de Vladimir Cerrón de Energía y Minas, que había poblado el ministerio de operadores de Perú Libre expertos en empujar a las comunidades a demandar lo imposible, con el logro incuestionable de haber paralizado Cuajone y Las Bambas dos meses solo para terminar planteando, en el Congreso, hace solo dos semanas, un proyecto de ley para nacionalizar el cobre y crear la empresa estatal Las Bambas SAC.
La ruptura con Cerrón, sin embargo, no fue completa. Conserva aún el Ministerio de Salud, Essalud, Agrorural y la DINI, cuando menos. Y el anuncio presidencial, en la misma entrevista, de que batallones de ingeniería del ejército construirán 1.082 puentes y abrirán trochas carrozables fue una supervivencia de la estrategia de Cerrón para controlar las Fuerzas Armadas como condición para tener el poder absoluto y no solo el gobierno. Fujimori usaba los batallones del ejército en las zonas controladas por el terrorismo, pero en un Estado subsidiario algo así solo se justificaría en algunas zonas del Vraem, pues en el resto del país hay empresas constructoras privadas que pueden hacerlo.
Por eso, para los suspicaces, este cambio de línea presidencial no sería sino una manera de adormilar a la oposición. Pues, aunque también mejoraron en algo las designaciones en Interior y Desarrollo Agrario, en Trabajo se mantuvo la misma línea laboral excluyente. Los optimistas, sin embargo, interpretan esos “anuncios sorpresivos” que el presidente ha dicho que hará el 28 de julio como el restablecimiento de la promesa al cardenal Barreto: un Gabinete de nivel. Lo ha señalado anteayer Dina Boluarte: “Siempre he dicho que hay que hacer ‘mea culpa’ de algunos errores que se hayan cometido en el Gobierno; por ejemplo, la designación de algunos ministros. El presidente está con todo el ánimo de corregir, y está corrigiendo y, en el camino, seguramente se irán mejorando las condiciones de gobernabilidad” (“Expreso”).
Claro, es la misma Boluarte que en Davos despotricó contra la minería formal, acusándola de todos los males, por lo que ella tampoco podría sobrevivir a una rectificación ministerial como la que augura. El problema es que, a estas alturas, cualquiera que ingrese tendrá el temor de convertirse en cómplice o de encontrarse de pronto con un cambio en las convicciones presidenciales. Habría que calcular cuánto duran.