El fenómeno Urresti quizá no sea lo ideal en la lucha contra la inseguridad ciudadana, pero encierra en su estilo una advertencia crucial: el Perú necesita grandes ‘shocks’ para sus grandes males, que por ahora son cuatro.
En efecto, hemos tenido que esperar la aparición del ministro del Interior, Daniel Urresti, tomando control de las calles de Lima, para recién entender que teníamos un grave vacío de autoridad en ese sector. Ministros de elegantes guantes blancos como Wilfredo Pedraza y Walter Albán también podrían haber hecho lo mismo, poniendo al director general de la Policía Nacional en la trinchera cotidiana en la que ahora Urresti se bate a duelo con el crimen.
No creemos que para el presidente Ollanta Humala sea una sorpresa descubrir que el problema de la inseguridad ciudadana reclama una cosa básica como la autoridad. Recuérdese que el Humala de las campañas electorales del 2006 y el 2011 era el Urresti de hoy, anunciando la liquidación de la delincuencia y el crimen aquí y allá. Otra cosa es que el gobierno haya convertido la ausencia de autoridad en una de sus mayores debilidades. Y debe agradecer a Urresti habérselo recordado que sí es posible materializarla.
Necesitamos pues un ‘shock’ de autoridad, de arriba hacia abajo del aparato gubernamental. Desde el presidente hasta el último pinche de la burocracia.
Queremos a un primer ministro empoderado en sus funciones y a titulares de cartera dueños de lo que saben y deciden, con ética y responsabilidad profesionales. En suma: ministros, más que secretarios, y no menos que viceministros con sobrepoderes específicos.
Tampoco se trata de tener fiscales y jueces por montones, sino autoridades fiscales y judiciales de verdad. Si pudiéramos reconocer en el Congreso a la autoridad legislativa por excelencia del país, cuánto mejor.
Solo un ‘shock’ de autoridad puede devolvernos la gobernabilidad de la que carecemos y que aún afecta la institucionalidad del país.
Después del ‘shock’ del outsider Fujimori por el que pasamos en 1990, ese mismo año tuvimos el ‘shock’ antiinflacionario que puso a andar la economía y las finanzas del país sobre rieles de sólida estabilidad. Desde entonces hasta hoy otro ‘shock’ quedó pendiente: aquel destinado a sacar al sistema político y al sistema electoral de su permanente devaluación y descrédito. La sola restauración, una y más veces, de las formalidades democráticas, no pudo estar acompañada de reformas políticas y electorales que pudieran garantizarnos, ahora mismo, una representación parlamentaria de aceptable calidad.
Para este ‘shock’ de reforma política como para los otros de restauración de la autoridad gubernamental, de revalorización de las políticas de Estado (educación, salud y seguridad ciudadana) y de puesta en orden del anacrónico sistema fiscal y judicial, necesitamos concertaciones y consensos. Pero no los de pacotilla, que apenas duran lo que dura una sesión de café o una convocatoria a Palacio de Gobierno.
Recuérdese bien: cuatro ‘shocks’ y un puñado de iniciativas de consenso y concertación. ¡Nada imposible!