El ingreso de Grecia a la Unión Monetaria Europea en el 2001 fue proclamado como el inicio de una nueva era de prosperidad y estabilidad política y económica, ligando sólidamente al país al proyecto europeo. Dos años antes Grecia había intentado infructuosamente ingresar al área del euro, debido a que no cumplía con los requisitos básicos en términos de baja inflación, un déficit fiscal no mayor al 3% del PBI, y una deuda pública declinante.
Increíblemente, en el 2001 Grecia falseó sus cifras para lograr su ingreso. Al momento de adoptar el euro, su déficit real era mucho más alto que el requerido, y su deuda estaba en aumento. Su inflación era una de las más altas de toda Europa, y más grave aun, su economía tenía (y aún tiene) serios problemas estructurales en términos de productividad a consecuencia de entre otros factores de distorsiones en muchos mercados de productos y servicios. El transporte y las comunicaciones, por ejemplo, tienen precios anormalmente altos. El grado de innovación sigue siendo muy bajo en comparación con los países más avanzados (los griegos tramitan 70 patentes por cada millón de habitantes, frente a casi 1.000 en Alemania). El mercado laboral está dominado por poderosos sindicatos, incluyendo sindicatos dentro del sector público, que dificultan los intentos de reforma del Estado. El sistema de pensiones está completamente desfinanciado, y requiere un subsidio que consume 18% del presupuesto nacional. Uno de cada cuatro griegos recibe una pensión, y muchos de ellos desde los 55 años (más de la mitad de los hogares tiene una pensión como el principal ingreso) y la evasión tributaria es masiva. Sumado a todo esto, tiene una deuda pública monumental que llegaba en el 2001 a más del 100% de su PBI –hoy llega al 180%– debido al endeudamiento fácil antes y después de ingresar al euro. Luego de la adopción del euro, Grecia se pudo endeudar a tasas de interés prácticamente iguales a las de Alemania, pese a representar un riesgo mucho mayor.
Hace diez años Grecia era ya un país quebrado. El déficit fiscal era cercano al 15% del PBI, la cuenta corriente con el exterior tenía un déficit de 11%. La deuda pública ascendía al 130% del PBI. El ajuste de la economía era inevitable, obligando al entonces primer ministro Yorgos Papandréu a solicitar de la Unión Europea (UE) y del Fondo Monetario Internacional (FMI) un paquete de rescate de US$150 mil millones, y aceptar un programa de ajuste que incluiría un aumento de impuestos, menores pensiones y privatizaciones de empresas públicas.
Tal ha sido el inicio de un grave proceso de recesión y empobrecimiento de Grecia que la ha dejado hoy con una economía encogida en una cuarta parte, y un desempleo promedio del 25% (50% en el caso de los jóvenes), y en tener que solicitar un tercer rescate de US$83 mil millones, aceptando un estricto plan de reformas estructurales, o simplemente colapsar y abandonar el euro.
La dificultad de llegar a un acuerdo con los acreedores radicaba en que el gobierno actual está en manos del partido Syriza del premier Alexis Tsipras, quien llegó al poder con la promesa de acabar con la austeridad.
El 26 de junio, Tsipras se retiró de las negociaciones y convocó un referéndum para el 5 de julio, en que los ciudadanos deberían votar si aceptaban la austeridad demandada por la UE y el FMI, instándolos a votar por el NO, argumentando que ello aumentaría su capacidad negociadora. El NO obtuvo una victoria abrumadora debido a la manera en que se planteó la pregunta, y la falta de debate o explicación de lo que implicaba su aceptación. La UE respondió dando a Grecia hasta el jueves 9 para presentar un programa creíble o enfrentar su salida del euro. El plan debería ser más estricto que el que se le había ofrecido semanas antes, debido al deterioro de la economía durante semanas de negociaciones con fuga de capitales, bancos cerrados, y a punto de quebrar.
Tsipras retrocedió y presentó un programa más fuerte. Poco después líderes europeos informaron que se había alcanzado un acuerdo unánime para avanzar hacia un programa de rescate de Grecia.
El izquierdista Tsipras ofreció demagógicamente el fin de la austeridad como si ello fuese una opción, y no lo que verdaderamente es: una consecuencia inevitable de años de una actuación política y económicamente irresponsable.