A propósito de las últimas elecciones, la semana pasada comentábamos aquí lo irrisorias que lucían las grandes celebraciones en las que algunos partidos se habían embarcado tras sus pequeños resultados. Como sostuvimos entonces, un “triunfo” logrado con un respaldo que no llega ni al 11% de los votos válidos (es decir, descontados ya los blancos y viciados) y en un proceso en el que el 25% de los electores hábiles no acudió a las urnas a duras penas merece ese nombre. Las organizaciones políticas que pasaron la valla constituyen, en realidad, una tribu pigmea en la que sutiles diferencias de talla sirven en estos días de pretexto para arrochar al prójimo insinuando que es medio chato y al mismo tiempo hacerse pasar por un ‘watusi’.
Pero si esa es la situación de los partidos que alcanzaron representación en el futuro Congreso, ¿qué decir de los que no pasaron la valla? La verdad es que los discursos de vapuleo y escarnio al respecto han menudeado desde el 26 de enero, pero resumirlos no es difícil porque, en general, los tópicos más socorridos han sido dos:
1- La ciudadanía ha castigado a esos partidos por sus infamias en el Parlamento anterior.
2- Esos partidos han sido sepultados políticamente.
Y cada uno de ellos ha tenido destacados exponentes.
–De vuelta a las catacumbas–
Un buen ejemplo del primero de esos argumentos fue el que ofreció Verónika Mendoza al día siguiente de los comicios (y mientras las proyecciones le permitían todavía esperar con optimismo los resultados de Juntos por el Perú, la coalición de la que formaba parte Nuevo Perú). “El pueblo peruano ha sancionado duramente a los que usaron el Congreso pasado para blindarse y boicotear la lucha contra la corrupción”, dijo ella a la prensa. Una apreciación con la que solo podemos coincidir.
En lo que concierne a la segunda idea –la de la sepultura política– la mejor expresión la aportó probablemente una ilustración de “Carlín”. En la Carlincatura que publicó el 28 de enero en “La República”, efectivamente, el artista presentó una sucesión de lápidas en las que los nombres y los símbolos del Partido Popular Cristiano, Contigo, el Partido Aprista Peruano y Solidaridad Nacional iban acompañados del habitual Q.E.P.D que se coloca en ellas.
Se trataba, sin duda, de una exageración propia del sentido figurado que predomina en las caricaturas (en nuestro país, los partidos no ‘mueren’ así nomás, y cuando uno ya cree haberse librado de ellos, vuelven como una pesadilla). Pero el mensaje quedaba muy claro y nadie que razonase con ecuanimidad podría alegar que era descabellado, pues esas agrupaciones han entrado en un avergonzado estado de catalepsia política del que les será muy difícil salir: Contigo y Solidaridad parecen haber tenido más personeros que votos en las mesas de sufragio, el Apra por fin ha regresado a las catacumbas de las que tanto alardeaba en sus relatos míticos y el PPC no solo acaba de confirmar que sus militantes son pocos, sino que ha descubierto que, encima, tiene que expulsar a unos cuantos por las trapacerías que cometen cuando llegan a alcaldes.
Las explicaciones de estas diversas encarnaciones de un solo papelón, por otra parte, han sido variadas. En algunas organizaciones se ha optado por un ignominioso silencio, mientras en otras se ha reconocido hidalgamente el desastre entre anuncios de eventuales “pasos al costado”. Y en una en particular –el Apra– se ha combinado la admisión de responsabilidades con el señalamiento a ciertos “compañeros que se dedicaron a sabotear, hostigar y llamar a que no se vote”.
Ningún rollo sobre el contrasuelazo electoral, sin embargo, compite en morro con el ensayado en estos últimos días por los representantes de Juntos por el Perú que, a pesar del aparatoso trabajo de parto en el que entraron tras los resultados de los sondeos a boca de urna, terminaron por no pasar la valla.
–Rigor mortis–
Después de haber sembrado injustificadas dudas sobre la limpieza del escrutinio cuando las proyecciones comenzaron a indicar que no alcanzarían representación congresal (“Expresamos nuestra preocupación por el inesperado cambio durante el conteo de votos. Quisiéramos confiar en las instituciones democráticas pero tenemos precedentes nefastos”, escribieron el 28 de enero en la cuenta de Twitter del partido) y tras haber proclamado precozmente “hemos pasado la valla”, los voceros de Juntos por el Perú tendrían que haber salido ahora a decir que se fueron de boca y que para otra vez será, porque en esta oportunidad los votantes no corrieron a las urnas a darles su respaldo en masa. Pero parece que se les pasó.
Solamente ante la pregunta directa de los periodistas, algunos de ellos reconocen hoy el problemilla con una sonrisa congelada… y luego proceden a pasarlo por agua tibia.
“Éramos conscientes de que teníamos todo en contra, que iba a ser muy difícil, entrábamos a la contienda electoral con un logo y un nombre absolutamente desconocidos, sin muchos recursos”, ha dicho, por ejemplo, Verónika Mendoza, soslayando que Podemos o el Frepap obtuvieron los resultados que obtuvieron a pesar de que podrían haber argumentado cosas parecidas. Y sobre todo, olvidándose de su tesis de la sanción. Porque si no pasar la valla fue sanción para, digamos, Rosa Bartra, también tiene que haberlo sido para Manuel Dammert, ¿no?
Y en cuanto al segundo argumento, si no superar la valla suponía asignarle una tumba al PPC y otra a Contigo, ¿cómo se podría representar por ese mismo motivo a Juntos por el Perú, que reunió bajo su manto a 7 organizaciones políticas (el Partido Humanista, el Partido Comunista, Patria Roja, Ciudadanos por el Cambio, Fuerza Social, el Movimiento por el Socialismo y Nuevo Perú)? ¿Con una fosa común?
No, quizás lo conveniente sería más bien una bonita cripta que les preste atmósfera a los cuentos que sus ocupantes nos quieren contar sobre la extraña rigidez que les impide hoy la soltura política de otros tiempos.