A lo largo de la historia, el cuerpo femenino ha sido objeto de innumerables restricciones escritas en leyes profusas y dictados puntuales que hoy en día parecen absurdos, aunque algunos siguen vigentes.
En pleno siglo XXI, una cultura tan sofisticada como la musulmana ampara todavía, por razones religiosas del Corán, la escisión de clítoris en las púberes a vista y paciencia de tanto país que se llama civilizado y democrático. Práctica contraria a los más elementales derechos humanos, pero ahí está, afectando física y psicológicamente a miles de mujeres indefensas frente al destino que les tocó.
Las disposiciones sobre el uso de la burka –más lesiva– y de velo para las mujeres musulmanas también prescinden del derecho que tiene un ser humano a vestirse como le canta el forro. El cinturón de castidad era un símbolo fuerte del temor del varón a que la mujer ejerciera su sexualidad tan plenamente como él. El origen de esta visión de lo femenino debe venir de la época más primitiva, donde el cazador y el de la fuerza era el varón y, como se trata de una conducta repetida durante siglos, ha sido difícil de modificar. Afortunadamente, la segunda mitad del siglo XX trajo vientos de libertad de decisión para las mujeres. Sin embargo, la violencia sexual contra esta no desaparece.
En las restricciones a la sexualidad femenina, la religión, cualquiera sea esta, cumple un papel fundamental. La cristiana –que tiene fuerte presencia en la sociedad– considera que la mujer debe limitar su sexualidad a la procreación. Acompaña a esta concepción tan represiva del sexo el tener una pareja sexual, un marido, por toda la vida.
No importa que te golpee y maltrate, que no te exprese afecto, que pueda (esté seguro de que ocurre más de lo que imagina) violarte para tener relaciones sexuales sin tu voluntad. El dios de las religiones es cruel con las mujeres, las adscribe a un régimen de vida sexual humillante y las cosifica. Súmele a ello que la voluntad divina no quiere el uso de métodos anticonceptivos porque van contra lo que dispone como lo natural para la fémina.
Las hembras animales se aparean solo cuando están en posibilidad de procrear. No hay razón válida para que la mujer sea tratada como un animal. La libertad y el libre albedrío son la esencia de la vida humana. En épocas democráticas donde el Estado está separado de la religión, donde hombres y mujeres tienen la opción de abrazar o no una fe religiosa, ninguna creencia –por más respetable que sea– puede imponer una decisión respecto al cuerpo y a la sexualidad femeninos.
Si la religión católica y/o cristiana no está de acuerdo con el aborto terapéutico, tiene el derecho –a través de sus representantes– de expresar su crítica y su disenso. Pero Iglesia y ciencia no tienen vínculos, ni deben tenerlos, porque esto solo genera oscurantismo. El aborto terapéutico es una decisión de la mujer y de su médico. Nadie más puede, debe ni tiene que intervenir. Las mujeres de determinada opción religiosa verán si ejercen o no esta potestad. Al resto no se le puede quitar derechos elementales, menos en el siglo XXI.