Aunque tenía el lente cubierto, la cámara de Timothy Treadwell permaneció encendida mientras él y su novia, Amy Huguenard, fueron atacados y devorados por un oso en un parque natural de Alaska. El audio quedó registrado y Werner Herzog tuvo acceso a él para su documental “Grizzly Man”. De hecho, en un estremecedor pasaje del film, Herzog se coloca unos audífonos y lo escucha. Pero no comparte el audio con el público —no solo el sentido de la vista puede exponernos a experiencias perturbadoras—.
Las advertencias de los medios sobre el impacto que cierto material podría causarnos suelen referirse, sin embargo, casi exclusivamente a imágenes; fotografías o videos por cuya posible impronta se sienten en la obligación de cuando menos alertarnos; escenas que no aconsejan ver sin antes levantar la guardia; sucesos, en ocasiones, que a su entender no deberían quedar grabados en ninguna retina.
No deja de llamar la atención el especial celo con el que a veces buscamos proteger nuestra mirada. Si bien es cierto que hay imágenes cuya violencia o crudeza conviene no imprimir en nuestra memoria sin aviso, todo indica que en otros casos lo que se busca resguardar es cierta ilusión —tan infantil como discriminatoria— de que lo que nuestros ojos no ven en realidad no existe.
A comienzos de año, militantes del Estado Islámico quemaron vivo a un piloto jordano y filmaron la ejecución con escabroso profesionalismo.
Se discutió si propalar o no dichas imágenes en los medios occidentales. Se dudaba si al hacerlo se cumpliría con el deber de mostrar la barbarie de esta organización o si, más bien, se terminaría contribuyendo con sus objetivos de propaganda. No podía hacerse una cosa sin hacer también la otra, y los medios que optaron por mostrar el video lo hicieron, justificadamente, avisando que las imágenes podían herir la sensibilidad de los espectadores.
Muy distinto ha sido el caso de la advertencia que esta semana presentó ATV al emitir imágenes de la telenovela “Rastros de Mentiras”. Preocupados por el perturbador efecto que un beso entre dos hombres pudiera tener en sus televidentes, el canal incluyó un cintillo que decía: “las escenas que se presentan a continuación pueden herir susceptibilidades”.
¿Habrían considerado hacer lo mismo si los que se besaran fueran un hombre y una mujer? ¿O una mujer blanca y un negro? ¿O un hombre casado y su secretaria? ¿O una mujer casada y su amante? Talvez en otro siglo. Haberlo hecho con motivo de un beso entre homosexuales equivale a suscribir la actitud de quienes dicen tolerarlos mientras no tengan que verlos.
Los medios deben tener una relación más responsable y honesta con nuestra mirada. Después de todo, hacen cuanto está a su alcance por atraparla. Deben ser cuidadosos de la sensibilidad general, por supuesto, siempre que no se trate de una excusa para discriminar. Y en cuanto a esas susceptibilidades selectivas, no es cuestión de temer herirlas, sino de comprometerse con superarlas.