Según Tony Blair, la invasión y ocupación de Iraq a partir del 2003 no guarda mayor relación con la crisis actual en ese país. ¿Qué podríamos inferir con base en los hechos conocidos sobre lo dicho por el ex primer ministro británico?
Sabemos con certeza que antes de la invasión ni había en curso una guerra civil en Iraq, ni existía mayor presencia de Al Qaeda: ambos hechos surgieron durante la ocupación. Tampoco existía la facción de Al Qaeda que hoy amenaza el régimen iraquí (el denominado Estado Islámico en Iraq y Siria, conocido como ISIS por sus siglas en inglés): ello ocurrió en el 2004. Sabemos también que Iraq no se encontraba entre los países con mayor incidencia de atentados terroristas antes de la invasión, pero que durante la ocupación se convirtió en el estado con el mayor número de ataques y de víctimas mortales como producto del terrorismo en el mundo (según el Departamento de Estado de EE.UU.).
Es cierto que bajo Saddam Hussein, Iraq padecía una de las dictaduras más despiadadas del planeta. Pero eso también era cierto entre 1980 y 1988, cuando Gran Bretaña y Estados Unidos fueron sus aliados, y sus gobiernos miraban en otra dirección mientras Hussein empleaba armas químicas contra sus propios ciudadanos. Y el régimen que surgió en Iraq tras la ocupación es, en más de un sentido, peor que el de Saddam Hussein (según diversos indicadores confeccionados por el Banco Mundial).
¿Cuáles entre las acciones realizadas por las fuerzas de ocupación podrían explicar la situación en Iraq tras su partida? A diferencia de lo que hiciera en Japón tras la Segunda Guerra Mundial (donde se escamoteó el papel del emperador Hirohito para garantizar cierta continuidad en el mando político japonés), Estados Unidos no solo derrocó al régimen existente en Iraq, sino que además borró todo vestigio de la vieja burocracia estatal y disolvió las fuerzas armadas: sería por demás retórico preguntarse qué podía salir mal.
Por último, la única acción inteligente por parte de las fuerzas de ocupación (cooptar a las milicias árabes suníes en contra de Al Qaeda) fue desbaratada tras su partida en diciembre del 2011 por el gobierno de Anwar Al Maliki (el único gobierno aliado de Irán con el que jamás haya contado Iraq). De un lado, Al Maliki renegó de la promesa de incorporar dichas milicias dentro de las fuerzas armadas. De otro lado, en el 2012 un tribunal sentenció en ausencia a la pena de muerte a Tarik Al Hachemi, hasta entonces vicepresidente de la república en representación de los árabes sunitas.
Cuando civiles de esa comunidad se movilizaron para protestar por su marginación del nuevo orden político, Al Maliki envió a las fuerzas armadas para disolver las manifestaciones mediante el empleo de armas de fuego. No es por ende difícil entender por qué las milicias provenientes de la comunidad árabe sunita volvieron a enfilar sus armas contra el ejército (sectario antes que nacional) del gobierno central (e incluso que algunas de ellas estuvieran dispuestas a colaborar con ISIS).
Podría concluirse, por tanto, que la invasión y ocupación de Iraq a partir del 2003 es cuando menos una condición necesaria para explicar lo que ocurre hoy en ese país, aunque tal vez no sea una condición suficiente.