Ya no más cumbres, por favor. En los últimos cuatro meses hemos tenido las cumbres Iberoamericana, la de Celac, y la de las Américas, que empezó ayer en Panamá.
Nadie sabe para qué sirven estas y otras reuniones semejantes de los presidentes de la región, ni es fácil recordar qué exactamente han logrado más allá del teatro político. Son ocasiones en las que los mandatarios se llenan la boca de declaraciones floridas y promesas vacías. Hasta ahora han sido olvidables y lamentables.
Hace tres años Alan García le dijo a Andrés Oppenheimer que una cumbre “es un diálogo de sordos” en donde los presidentes van a “echarle la culpa a alguien de sus problemas […] en vez de hacer su tarea”. (Por cierto, es impresionante la capacidad de autorreflexión de los presidentes una vez que dejan el poder.) El periodista, a su vez, concluyó que las cumbres “son costosos ejercicios de turismo político, en los que los presidentes llevan enormes séquitos de funcionarios […] y hacen sus discursos para el consumo doméstico”.
Es verdad eso, pero la realidad es peor debido a la hipocresía que las cumbres parecen alentar.
Desde la primera Cumbre de las Américas en 1994, por ejemplo, los presidentes han emitido declaraciones conjuntas en las que afirman su compromiso por la promoción y defensa de la democracia, el Estado de derecho, la integración económica, y los derechos civiles. Como sabemos, todo ese palabrerío no ha significado nada. Venezuela se fue convirtiendo en dictadura, varios países vulneran la libertad de prensa y otras libertades, y los presidentes latinoamericanos se quedan calladitos. Ese cinismo también se exhibió durante la reunión de la Unasur en Lima en el 2013, organizada para tratar el fraude electoral que con toda seguridad cometió Venezuela. La declaración de tal cumbre prometió una auditoría de los votos, cosa que luego ni se llevó a cabo ni se condenó su incumplimiento.
Por si al lector ya se le olvidó, la última Cumbre de las Américas se realizó en Cartagena en el 2012, a un costo de US$35 millones, y ni siquiera tuvo una declaración conjunta. Aunque quizás lo que recuerde la gente de aquella reunión es el escándalo de los agentes del servicio secreto estadounidense con prostitutas locales. Lo más importante fue que el presidente Juan Manuel Santos priorizó la inclusión de la dictadura cubana al club.
Así llegamos a la cumbre en Panamá, donde la noticia que dará la vuelta al mundo es el esperado encuentro entre Barack Obama y Raúl Castro. Yo apoyo el deshielo entre los dos países, pero es absolutamente innecesario montar una penosa cumbre para lograr ese fin. Se puede conseguir aparte.
Es difícil entonces ver para qué seguir con estas cumbres. Por lo menos esta reunión ha servido para divulgar una declaración de 25 ex presidentes iberoamericanos que denuncian la violación de derechos en Venezuela y piden la liberación de presos políticos. Pero eso se hizo al margen del evento, no como parte de este.
El momento más memorable de cualquier cumbre ocurrió en la Iberoamericana del 2007 cuando, rompiendo el protocolo al recurrir al sentido común, el rey Juan Carlos le dijo a Chávez: “¿Por qué no te callas?”. Estaríamos mejor si callamos las cumbres poniéndoles fin. Así, los presidentes podrán enfocarse en los problemas de sus países, que en su gran mayoría, solo pueden resolverse con soluciones locales.