Alonso Cueto

Un amigo va a cumplir y me dice que se enfrenta a esas evaluaciones despiadadas que llegan con la fecha. A la edad que va cumplir (no es un muchacho), piensa en si ha producido algo que valga la pena y si ha sido un buen esposo, padre o amigo. Le contesto que hacerse esas preguntas no son la mejor forma de pasarla bien en su día.

A favor de cumplir años en la vejez recuerdo dos citas famosas. Una es de De Gaulle (aunque también se le atribuye a Maurice Chevalier): “La vejez no es tan mala si se compara con la otra alternativa”. La otra es de Picasso: “Hace falta que pase mucho para que uno sea joven”. En el siglo XVII, en Francia, La Rochefoucauld escribió que a la gente mayor le encanta dar buenos consejos porque con ello se consuela de ya no poder dar malos ejemplos. Quizá por ello, en Estados Unidos, donde viví un tiempo, las personas que cumplían 40 o 50 recibían en sus las condolencias por haber dejado la juventud “en la otra ribera”. Muchos creen que con cada cumpleaños uno es más viejo, pero quizá, de algún modo, puede considerarse más experimentado, aunque ese no sea ningún consuelo.

Recuerdo que el gran maestro Luis Jaime Cisneros, en algunas de sus presentaciones públicas, hacía alusión a su edad hablando de “la juventud acumulada”. Hablar del paso de los años (“No me preguntes cómo pasa el tiempo” es el título de un libro de José Emilio Pacheco) es una experiencia común. De algún modo, los años se fueron deslizando y, mientras tanto, hemos estado ocupados en nuestras cosas, me dice mi amigo. Le recuerdo el comentario sorprendido de un familiar cercano: “No sé en qué momento he cumplido 80 años”.

Con la vergüenza de sonar como un manual de autoayuda le digo a mi amigo que lo esencial de un buen cumpleaños es pensar que lo que queda por vivir vale la pena. Aun cuando uno cumpla 60, 70, 80, 90 o 100, siempre habrá, se supone, una película buena por ver, unas páginas que leer, un atardecer que contemplar, un modo de contribuir con nuestra comunidad. Los amigos y la familia estarán siempre cerca y habrá al menos una esposa o novia con la disposición de compartir alguna sensación. La soledad es un tesoro que uno también valora con los años; en especial la soledad de estar con uno mismo, para trabajar, pensar o, simplemente, estar.

Durante un tiempo, se pensó que el deterioro del cuerpo se correspondía con el del alma, lo que llevó a George Bernard Shaw a decir: “Todo hombre por encima de los 40 es un canalla”. La única sentencia que he comprobado cierta, sin embargo, es la de George Orwell: “A los 50 años todos tienen la cara que merecen”.

Y, sin embargo, el humor es parte de la conciencia del tiempo. Cuando Oliver Wendell Homes cumplió los 90 años, vio a una mujer atractiva en la calle y dijo: “Siento que he vuelto a mis 70 años”. Oscar Niemeyer, el famoso arquitecto de la ciudad de Brasilia, murió al borde de cumplir los 105 años. Cuando cumplió 100, un periodista le preguntó: “Señor Niemeyer, ¿no siente que le faltan las fuerzas?”. Niemeyer contestó: “Quizá un poco. En todo caso, no es como cuando tenía 80 años y hacía locuras”.

Mi amigo me dice que no le interesan mis citas y comentarios. Piensa en irse de viaje y olvidar su cumpleaños. Le digo que tiene razón, y me callo.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Alonso Cueto es escritor