La señora Dacia Escalante, directora de Gobierno Interior, dice que la pelea entre barristas de Universitario que culminó con el asesinato de Bryan Huamanlazo fue un hecho “inesperado”, y que la policía realiza estrategias de control cuando hay “dos barras confrontacionales”.
Es decir, si un día de estos ve a estos niñitos pasar frente a su casa, pregunte primero si ese día habrá alguna “barra confrontacional” esperándolos en algún lugar. Si no es así, respire con alivio, sonríales y, si puede, hasta deles un poquito de agua para que se refresquen.
Lo que la señora Escalante no dice o, quizás ignora, es que las barras bravas son solo uno de los rostros del pandillaje juvenil, ese que mantiene barrios enteros de Lima sujetos a regímenes de terror y ampara su accionar en la impunidad que la ineficacia policial y una legislación permisiva alimentan.
Estos grupos no son, pues, asociaciones de mansas palomitas que de pronto sacan a relucir su lado oscuro cuando tienen enfrente una camiseta rival. Su naturaleza violenta provoca que sus disputas internas alcancen otra dimensión, más aun cuando existen cuotas de poder ejercidas a partir del control de las entradas para ingresar a los partidos de fútbol.
Por lo demás, existe suficiente evidencia sobre cómo estas bandas de forajidos dejan su estela de violencia camino a un estadio. Hace cinco años, María Paola Vargas tuvo la desgracia de estar en una coaster atestada por estos sujetos, uno de los cuales la arrojó del vehículo y le causó la muerte.
Los vendedores callejeros saben que pueden perder su mercadería si se encuentran con estas hordas en el camino. Del mismo modo, quienes tienen sus casas en su ruta, asumen que en los días de fútbol deben permanecer con ventanas y puertas trancadas, rogando por que una pelea callejera no afecte a uno de los suyos o destruya su propiedad.
Y como han recordado este Diario y el periodista Juan Carlos Ortecho, miembros de La Tropa de San Juan de Lurigancho y La Turba ‘U’, facciones de la barra brava crema, ya habían adelantado a través de las redes sociales que se produciría el enfrentamiento que derivó en el asesinato de Huamanlazo. Este Diario supo, además, que desde mediados de marzo existía información al respecto.
Pero no seamos injustos con la señora Escalante. Culpar de lo ocurrido exclusivamente al Ministerio del Interior por su desconocimiento del mundo de las barras y sus gruesas fallas de inteligencia no sería correcto. Como recordara hace dos días el antropólogo y periodista Raúl Castro, los clubes –y, añadiría, algunos jugadores– tienen su cuota de responsabilidad por no haber deslindado ni enfrentado a estos delincuentes y, en su momento, haberlos alentado en función de sus propias necesidades.
Aunque la violencia no tiene camisetas, avergüenza que cuando se habla de ella en el fútbol, sea inevitable asociarla con Universitario de Deportes. Sus propios hinchas y dirigentes son culpables de ello.