La conocí brevemente a fines de los sesenta cuando me preparaba para salir del país. Solo una vez había escuchado su nombre: María Rostworowski. Sucedió en un “franciscano té” en la casa de Raúl Porras Barrenechea, a la que llegué gracias a mi querido amigo Federico Camino Macedo. Sin embargo, sería a partir de mi regreso, en 1971, que frecuentaría a la dama de la Historia.
Había leído tiempo atrás su “Pachacutec Inca Yupanqui”, pero nuestra amistad fue más allá de los libros. Se convirtió en mi “hermanita mayor” y ella reclamó tal imaginario parentesco fraternal las veces que acudimos a reuniones sociales o académicas, para que le sirviera de compañía o de “compa” en el lenguaje abreviado que usaba de vez en cuando. Al principio protestaba cuando le pedían que tomase la palabra en eventos académicos, y solía tomar algún calmante para aquietar sus nervios. Pero, con el tiempo, fue ganando confianza en sí misma y no fue necesario acudir a nada que no fuese su propia voluntad de expresar lo que sentía.
Años más tarde, cuando se fundó el Seminario Interdisciplinario de Estudios Andinos (Sidea), fue su presencia la que ordenó las discusiones y sugerencias (todas muy retadoras), de los psicoanalistas Max Hernández, Moisés Lemlij y Alberto Péndola. Las reuniones, cuidadosamente grabadas, tuvieron lugar en su departamento de Miraflores. Ya hacía varios años que había quedado atrás la casa, también miraflorina, en que nos conocimos. Las conversaciones con los miembros del Sidea (que culminaron en ocasiones memorables con vodka polaco), dieron lugar al libro “Entre el mito y la historia”, que inició una línea de pensamiento visible en los estudios de Hernández sobre Garcilaso, de Lemlij sobre chamanismo o de Péndola sobre religiones. Otros psicoanalistas o personas cercanas a este quehacer, como Pilar Ortiz de Zevallos o María del Carmen Ramos, también contribuyeron en este camino. Y estoy olvidando a muchos más.
Cuando viajó al Japón, María encantó de inmediato al equipo de investigadores –y discípulos– dedicados a temas andinos. Fue así como conoció el Museo Etnológico Nacional de Osaka, en una viaje en que recuerda haberse comportado como “una niñita”, ya que la lejanía del idioma, a ella que es políglota, le creaba una sensación extraña y muy divertida. El impecable español de sus guías Hiroyasu Tomoeda y Tatsuhico Fujii hizo de la gira un episodio memorable para los americanistas del país insular.
Su lealtad con la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y con el Instituto de Estudios Peruanos fue proverbial, a pesar de que acudieron en busca de consejo y apoyo personas de todas las instituciones dedicadas a la historia, antropología y materias afines. Su departamento fue un centro donde llegaban investigadores de muchas partes del mundo y su participación en eventos fue un lujo al que aspiraron muchas instituciones internacionales.
Ha publicado muchos libros, todos vigentes por lo impecable de su investigación y lo novedoso de sus ideas. Alternó trabajos de tesis con documentos que hasta entonces eran inéditos. Quizá por eso sus estudios sobre la costa peruana prehispánica o la mujer indígena sean de los más buscados en la materia. Y es que el lugar de Rostworowski entre los intelectuales de la historia andina está muy bien ganado.
Cualquier homenaje que se la haga quedará corto. Por encima de su labor científica, María fue una mujer con un corazón inmenso, dispuesta a ayudar a quien lo necesitase. Así lo hizo cuando fue agregada cultural en Sevilla, dejando de lado el Archivo de Indias o las reuniones sociales de la embajada, para apoyar a los peruanos que vivían o transitaban por España. Así lo ha seguido demostrando día a día, hasta que se dio el descanso en que ahora vive a pocas semanas de cumplir un siglo.
Tengo como joyas sus libros dedicados y un largo prólogo a uno de los míos, en que habla con cariño de virtudes que yo mismo no puedo reconocerme. Pero lo que más salta en mi memoria son nuestras conversaciones no académicas, llenas de humor y ajenas a la solemnidad de nuestros colegas.
En mi larga carrera profesional he conocido muchas personas de variada influencia en mis estudios, pero el sitial de María seguirá siendo suyo, porque con ella descubrí que al final los libros solo son parte de la vida.