Hace una semana, escribía esta columna inmediatamente después de la votación del Congreso que declaró la vacancia de Martín Vizcarra. En este momento, el Congreso acaba de elegir como su nuevo titular, y futuro presidente, a Francisco Sagasti. Hace siete días, decía que la vacancia expresaba una ambición de poder de cortísimo plazo, un acuerdo parlamentario fruto de múltiples intereses particularistas, que enfrentaba un serio problema de legitimidad y la posibilidad de múltiples manifestaciones de protesta, y que podría llevar a la exacerbación desde el Ejecutivo de lógicas populistas que habíamos visto en el Parlamento.
¿Qué pasó en esta semana de vértigo? Manuel Merino, el efímero sucesor de Vizcarra, al menos pareció darse cuenta de que no podía armar un gobierno exclusivamente sobre la base de acuerdos parlamentarios particularistas. Apareció entonces la figura de Ántero Flores-Aráoz, un político conservador de larga trayectoria, pero que obtuvo apenas el 0,43% de los votos en la elección presidencial del 2016, y al que muchos daban ya por retirado. No era fácil armar un Gabinete. ¿Quiénes aceptaron ser ministros en condiciones tan críticas? Personajes vinculados a sectores conservadores que obtuvieron un acceso inesperado al poder; críticos acérrimos de la gestión de Vizcarra; tecnócratas que privilegiaron la estabilidad económica; y los que llegaron por razones más personales y cálculos propios. En conjunto, aceptaron aquellos a los que no les incomodó demasiado la declaratoria de vacancia, y que subestimaron los serios problemas de legitimidad y la magnitud de las protestas en ciernes.
Un gobierno de estas características galvanizó a una oposición muy amplia: desde sectores más politizados que temían la postergación de las elecciones, una designación “a medida” de los miembros del Tribunal Constitucional (TC) y retrocesos en la reforma universitaria, hasta sectores liberales, progresistas y colectivos que cuestionaban la presencia de personajes vinculados a sectores conservadores que parecían poner en peligro la agenda de género y otras banderas. Incluso se llegó a movilizar el sentimiento antipolítico descargado contra un Congreso percibido como la encarnación del estereotipo de “los políticos solo interesados en ellos mismos”. Las protestas iniciales ganaron mayor impulso ante los signos preocupantes del nuevo gobierno: Flores-Aráoz aseguraba “no entender” el por qué de las protestas y, al mismo tiempo, aseguraba que se le debían dar “nuevas oportunidades” a las universidades que no obtuvieron el licenciamiento como parte de la reforma universitaria; la ministra de Justicia le pedía la renuncia al procurador Daniel Soria, poniendo en riesgo el fallo del TC sobre la constitucionalidad de la declaratoria de vacancia del presidente Vizcarra; y el ministro del Interior minimizaba las múltiples y documentadas denuncias de excesos policiales durante las protestas sociales.
Así, las primeras señales del nuevo gobierno destruyeron la poca credibilidad que podía tener, atizaron las protestas –que se expresaron en manifestaciones masivas en todo el país– lideradas por jóvenes “autoconvocados” con mucha espontaneidad, y empezaron a generar en sectores cercanos o neutrales al gobierno algunas dudas sobre si este sería capaz de hacerse cargo de la situación. En efecto, al crecer las protestas, la represión policial resultó excesiva, descontrolada y en extremo criminal, dando lugar a la muerte de dos jóvenes manifestantes y a decenas de heridos. Así, con el paso de los días y de las horas, el gobierno de Merino fue perdiendo apoyo. Los propios parlamentarios que apoyaron la vacancia empezaron a recular y, de manera inédita, líderes empresariales expresaron públicamente su apoyo a las protestas. Una vez que se conoció sobre las muertes de dos manifestantes por culpa de la mala actuación de la policía, la continuidad de Merino resultó insostenible.
La mayoría congresal que declaró la vacancia de Vizcarra se resistió hasta el final a perder el control, pero la presión pública lo tornó inevitable. La elección de Francisco Sagasti y las jornadas de protesta, lideradas por jóvenes que demostraron gran civismo y compromiso democrático, abren una luz de esperanza para el país.